Un periodista tira por tierra su mucho o escaso prestigio con una sola frase, si no tiene en cuenta que los micrófonos siguen abiertos al terminar la entrevista pactada previamente con el político al que le han hecho preguntas amables y han evitado ponerlo en un compromiso.
El llamado cuarto poder, la prensa independiente, ha dejado de existir porque está controlado por los políticos que también mangonean el parlamento y la judicatura, pero en mi opinión, lo más grave es la degradación del periodismo porque durante siglos ha sido la esperanza y el último castillo inexpugnable de las sociedades libres.
A nadie sorprende la indecencia individual de los políticos que son cómplices necesarios para el sostenimiento de la mentira, el incumplimiento de promesas electorales e incluso la ocultación de delitos que se cometen en su entorno, pero la desvergüenza de los periodistas que colaboran con el poder en la difusión de falsedades o la ocultación de la verdad repugna tanto que no sé cómo no reciben la respuesta de la sociedad que, en el fondo es la primera víctima de las mentiras y engaños que difunden conscientemente.
Militar en una ideología política y ser cómplice del personaje público al que se le hacen preguntas a la medida de sus intereses no es extraño en estos tiempos en los que prácticamente no existe la división de poderes entre el legislativo, el ejecutivo y el judicial, pero siempre ha sobrevivido la pretensión romántica y en ocasiones heroica, de que el periodismo fuese la torre inexpugnable de la decencia y la lucha por la verdad, porque su obligación en denunciar los excesos del poder.
El síndrome de Iñaki tiene su continuidad en el síndrome Fortes y solo cito a los dos porque el crimen lo han cometido en la televisión pública. Las guarrerías profesionales que algunos hacen en las televisiones privadas tienen que ver con cualquier cosa que no se llame periodismo.