Con ese telón de fondo, los mercados afrontan el último trimestre evaluando aquello que está a su alcance, y el protagonismo sigue correspondiendo a la política monetaria de EE.UU. y sus implicaciones para otros bancos centrales. A la par, han de tener en cuenta las respuestas fiscales destinadas a hacer frente a las consecuencias de la crisis energética. Reino Unido es el elefante en la cacharrería.
LO QUE EXIGE UNA INTERVENCIÓN
Los tipos de cambio son un medio de trasmisión en primera instancia, y de reequilibrio más adelante, y entran en la ecuación como una incógnita más de un análisis multivariante en el que resulta cada vez más complejo determinar cómo se relacionan las variables y su distribución de probabilidad. Se habla de una guerra de divisas inversa mediante la que los países tratan de exportar su inflación apreciando sus divisas por oposición a una guerra de divisas clásica en la que se pretende generar crecimiento mediante su depreciación. China es la excepción.
Es en este contexto donde hay que situar el seguimiento de las elevaciones de tipos que lideran los norteamericanos y, cuando esto empieza a no ser suficiente, la reaparición, tras décadas de ausencia, de las intervenciones de los bancos centrales para reforzar a sus divisas. Hasta qué punto esto es eficaz ha sido objeto de muchos análisis.
La conclusión más compartida es que las intervenciones exigen, para que sean eficaces, dos características básicas: i) que no sean esterilizadas, es decir, que se vean acompañadas de movimientos en los tipos de interés, y ii) que sean coordinadas. Un ejemplo de intervención esterilizada y no coordinada es la que está efectuando el Banco de Japón, condenada a fracasar si atendemos a los manuales, y probablemente dirigida a lo único que pueden hacer, lanzar el mensaje a los mercados que las apuestas contra el yen no son linealmente ganadoras.
ACUERDOS PLAZA Y LOUVRE
La intervención británica es más compleja. Destinada más a controlar el mercado de deuda que el de divisas, va a exigir de tipos más altos de modo que no se esterilice, pero es difícil que cuente con el concurso de terceros países. La última ocasión en la que el mundo desarrollado llevó a cabo un ajuste cambiario coordinado fue el acuerdo Plaza (1985) para depreciar el dólar y dos años más tarde el acuerdo Louvre para estabilizarlo y frenar su depreciación.
Los acuerdos implicaron modificaciones en las políticas fiscales -menor gasto público y menores impuestos- y fueron reforzados mediante ajustes de los tipos de interés. Tras lidiar con la crisis financiera y la pandemia, y enfrentados a una crisis energética de larga resolución, una coordinación similar no está a la vista, y eso que se van acumulando los países que recurren a la intervención para mantener sus divisas.
Al margen de China, las economías emergentes han consumido 200 MM $ de sus reservas, la mayor reducción en dos décadas y el recurso al FMI está en niveles récord. Con el antecedente, bien hará Europa en no tardar en reafirmar su voluntad de recuperar sus reglas fiscales si no quiere verse envuelta en una crisis con el euro como hoy padece la libra esterlina.