El éxito está asociado al resultado de un trabajo bien hecho y reconocido mientras que la suerte se relaciona con la puta casualidad o las relaciones privilegiadas. Para los primeros supone un beneficio económico pero a los segundos la suerte les caduca cuando deja de soplar el viento a su favor y para explicarlo gráficamente transcribo un tuit de un ciudadano que dice llamarse Juan y describe la peripecia de Pablo Iglesias desde que abandonó la política hasta hoy.
España reivindica cíclicamente su derecho al esperpento, y, con permiso de Don Ramón del Valle Inclán, los paisanos de este gran pueblo hemos regresado al escenario de la contradicción y el absurdo, sin que ningún autor literario haya recogido el testigo del gallego cabreado que se hizo pasar por Marques de Bradomín.
Lo que siempre fue ficción se ha convertido en realidad y una invasión de extras sin oficio han ocupado el espacio en el que hasta hace poco actuaban las primeras figuras del arte, la literatura o la política y ya no es necesario que busquemos en los libros a personajes estrafalarios, porque asientan sus reales en los escaños del poder o campan por los prados de las televisiones.
Me gustaría hacer un relato de estos hechos mirando al ombligo de España – y lo haré – pero no puedo dejar de señalar que esta hecatombe cultural comenzó en países del otro lado del charco en los que la incultura y el sectarismo de sus mediocres dirigentes, empobreció a sus hombres y mujeres y les robó la libertad mientras ellos se enriquecían robando a espuertas.
En nuestro país los políticos no son tan burdos y como han comprobado que los corruptos van a la cárcel, salvo que Pedro Sánchez los indulte, ahora ya solo abusan del poder, de las prebendas económicas derivadas del tráfico de influencias y las subvenciones con retorno, mientras se garantizan un empleo público al que no haya que opositar no vaya a ser que queden fuera si se garantiza la igualdad de oportunidades al resto de los candidatos.
Prefiero que el que no dejaba dormir por las noches a Pedro Sánchez dé clases a los pobres alumnos de una profesión tan devaluada en España como es el periodismo en vez de que desde un cargo con responsabilidad ejecutiva de gobierno decida cómo se reparte el poder en las instituciones, al margen de la legalidad vigente
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