Me provoca alipori lo que escribe o dice la patulea de gente sin seso que puebla algunos medios de comunicación repitiendo hasta el vómito las mismas frases, los mismos insultos, idénticos giros verbales y un único argumento para atacar al enemigo ideológico y darle en el carné de identidad hasta que aprenda a hablar euskera.
El sectarismo resulta contagioso cuando las plumillas y sus jefes se mueven en el mismo ámbito de mediocridad reflexiva y por eso la prensa está llegando a tan bajo nivel desde que la dirigen empresarios lácteos, ejecutivos bancarios, grupos económicos o entidades subvencionadas por el gobierno o los partidos políticos.
En ese contexto crecen como setas lo nuevos cruzados de la verdad que, desde la tranquilidad que les proporciona saberse protegidos por uno de los dos bandos, vomitan barbaridades, consignas y frases del vademécum oficial de la secta a la que sirven.
Este no es un asunto menor en democracia porque hay medios y periodistas que definitivamente han aparcado el análisis crítico y la reflexión para sustituirlo por el apriorismo de una frase convertida en consigna para la gente de su tribu ideológica.
Recuerdo los tiempos en los que los periodistas que comenzábamos en este oficio contábamos noticias confirmadas por fuentes fiables. Ahora no hay periodista que se precie que no se haya convertido en un opinador al que le basta un rumor o un repente emocional de simpatía u odio para hacer un editorial con diez palabras.
Hace unos días en horario nocturno escuché una voz de un hombre joven en una emisora de radio. Su tono y el mensaje que expelía me sonó a una sura coránica y a él lo imaginé poseído por una suerte de cólera divina… o pagana, condenando al fuego eterno a una política de un segmente ideológico contrario a sus convicciones. Decididamente en este oficio , a falta de muchas más lecturas, urge una vacuna contra la estupidez, el sectarismo y la intolerancia.