Cómo (intentar) evitar un otoño caliente

martes 21 de octubre de 2014, 21:41h

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Que el otoño va a ser caliente, por mucho que eso a nadie le interese, resulta patente. Ni el efecto desmovilizador del verano, ni la sinceridad patética de un Rajoy reconociendo que no tiene más remedio que aplicar unas medidas de dureza que a él no le gustan, ni el tono mesurado y hasta colaborador del líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, van a poder evitarlo: el mes de septiembre va a llegar cargado de movilizaciones, protestas en la calle y quién sabe si hasta con la convocatoria, públicamente sugerida por los sindicatos, de una huelga general.
Entiendo que Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo, los líderes de UGT y CC.OO, no tengan otro remedio que elevar el tono ante la barrida a los bolsillos de una ciudadanía deprimida y alarmada. Ambos son personas, me parece, responsables y mesuradas, pero el papel de los sindicatos es el que es y sería inconcebible que no protestasen ante la que está cayendo. Como sería impensable que los medios de comunicación renunciasen a su papel crítico, por mucho que a Rajoy, poco amante de los periodistas, y a sus ministros, les parezca que debería ser de otra manera.

Pienso que el Gobierno, que evidentemente tiene pocas salidas en cuanto a su estrategia económica, falla en el campo estrictamente político: habla poco con los demás partidos -sí, ya sé que Rubalcaba y Rajoy se telefonean bastante--, casi nada con los sindicatos y mínimamente con los medios de comunicación, que son, o deberían ser, el canal para llegar a la ciudadanía. Cierto que también los medios, en general, debemos hacer autocrítica, pero eso nada tiene que ver con la estrategia de puertas cerradas que se lleva desde La Moncloa y desde tantos departamentos ministeriales.

Es, cuánto se ha repetido, la hora de la Política con mayúsculas. No es tan difícil ensayar el pacto con otras fuerzas, también con los nacionalistas, que empiezan a dar alarmantes síntomas centrífugos. Es más fácil, al menos, que hacer bajar la prima de riesgo. Ni me parece tan complicado empezar a llamar a La Moncloa a representantes de la sociedad civil, que hasta ahora se ha mostrado tan débil, pero que también muestra síntomas de exasperación. Me pregunto cuándo fue la última vez que un miembro del Ejecutivo se detuvo a hablar largo y tendido con un parado.

A veces siento una no sé si muy saludable envidia ante gestos -sin duda meramente simbólicos, pero gestos al fin-como el del vecino Hollande creando una comisión para combatir la corrupción política. O me pasman aquellas primarias en el PSF en las que pudieron votar cuantos franceses quisieran y pagaran un euro. Parecerá absurdo a algunos, pero lo importante ahora es dar a los españoles alegrías políticas, ya que parece que las económicas van a tardar en llegar. Y eso, un estilo nuevo de gobernar, adelgazando el peso del Estado y aumentando el de los ciudadanos, no se está haciendo.
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