Si de algo estamos cansados en este inicio de 2023 es de la crisis en, de, por... y todo el resto de preposiciones que quieran ponerse delante de dos nombres: Cataluña y Puigdemont. Nos asaltan casi todos los días, a todas horas, en todos los medios de comunicación grandes y pequeños. Nos abruman con declaraciones, informaciones, opiniones, resoluciones.El ex presidente huído sueña con volver de la misma forma que lo hizo, hace 45 años, el que de verdad era un exiliado de la Dictadura, Josep Tarradellas. Tras pactar, que no lo olvide, con el Rey Juan Carlos y el presidente Adolfo Suárez.
En los medios de comnicación, siempre con algún interés partidista por detrás, nos aseguran que no pasarán cosas que luego pasan y nos intentan convencer de cosas que van a pasar y de las que tenemos el convencimiento de que no van a hacerlo. Aparece el juez Llarena, aparecen los jueces de Luxemburgo, aparece una orden que nunca llega y un regreso obligado para hacer frente a sus responsabilidad es en que Refrendum fantasma por el que, en un gran gesto de valentía, salió huyendo.
Cataluña, para su desgracia, que es la de todos, lleva convertida en un barrizal en el que todos patinan y se ensucian. No parece tener fin. Podemos y debemos encontrarle un origen histórico de hace trescientos años o uno más cercano de cuarenta. Podemos remontarnos a Felipe V o quedarnos en nuestro Felipe VI que cumple cincuenta y cinco años y se vuelve a enfrentar a la misma o parecida crisis que su antecesor en la primera corona Borbón que tuvo España. También a la que vivieron el resto de nuestros Reyes y Reinas, que en esas tres centurias han cambiado los nombres pero no el problemas.
Hoy, tras ese “acuerdo puntual entre Pere Aragonés y Salvador Illa, o entre ERC y el PSC, para llevar adelante los Presupuestos de la Generalitat que - otra contradicción a la catalana - los elaboró el dimitido Conseller “enviado” por Puigdemont, Jaume Giró, tenemos la obligación de mirar lo que han hecho todos nuestros presidentes de gobierno y los partidos que los apoyaban, y sobre todo detenernos en lo que está pasando desde el año 2015 hasta este febrero de 2023 con todos los cambios que se han producido electoral y judicialmente por medio. Sin perder de vista las cercanas municipales, que afectarán a la base de la distribución de votos y escaños en el Congreso y en el Parlament que existe en estos momentos.
El ex presidente Puigdemont está dispuesto a resistir todo lo que haga falta recorriendo Europa hasta que haya una nueva situación en Cataluña que le permita regresar en medio de los aplausos. No se da cuenta o quiere perpetuar un engaño, que sí intentó Jordi Pujol su manera : España no está en octubre de 1977 y él no regresará nunca del exilio verdadero del que volvió Josep Tarradellas. La frase del “ Ja söc aquí” se quedó para los libros de historia.
Desde ese momento y siempre que no sea él, su figura está destinado a desdibujarse en el mundo de la política y hasta en el del independentismo. Está vivo como noticia recurrente y como referente para una parte de la sociedad catalana que vota a a Convergencia. Por la falta de un nuevo inquilino y un nuevo dirigente al frente del renovado partido de la derecha catalana. Tal vez representado por el propio Jaume Giró, al que hasta Pere Aragonés quiso mantener en su Ejecutivo. Lo cual no representará el fin de la guerra para los independentistas, pero si una tregua, una paz bajo presión y un esperar a tiempos mejores. Y con Puigdemont fuera de foco, los más radicales de la CUP perderán, también, una gran parte de su fuerza política, por más que puedan apoyar como mal menor a otro candidato/a y a un Ejecutivo catalán que sea más liberal que soberanista. No les gustarán los pactos con el socialismo del ex ministro Illa, pero no tienen otra salida.
Cataluña y su expresidente se mantienen como dos pesados fardos para el estado, para el gobierno del estado, para los partidos del estado y para los ciudadanos de este estado que se llama España. Consumen inteligencia, incluso cuando ésta no aparece en los foros públicos; consumen energía económica y social; consumen leyes a distinta altura y jueces y tribunales en la misma proporción; consumen relaciones internacionales que nos hacen falta para luchar por más licencias de pesca y menos trabas a nuestra aceitunas, para mantener fabricas de coches, para impedir OPAS hostiles en sectores y empresas claves para la seguridad y la defensa. Consumen paciencia en dosis industriales. Y no se puede mantener ese estado mucho más tiempo.
Habrá y hay políticos que esperan que el tiempo arregle lo que son incapaces de arreglar los que hoy ejercen el poder a la espera de que otras elecciones en Cataluña lleven a unas nuevas mayorías más claras y contundentes, que febrero de 2021 comienza a quedarse muy lejos pese a haber consumido tan sólo la mitad de la Legislatura y proporcionado nuevos escenarios con la ruptura del conjunto del independentismo. Lo que le gusta a a Puigdemont no le gusta a Aragonés y tampoco el Pedro Sánchez de 2018 y 2021 es el de este 2023 tan electoral y tan cargado de incertidumbres.
Las siempre mal cosidas costuras de esta nuestra España, que sangró durante tres años de guerra civil en parte por la impaciencia y falta de vsisión de sus representantes políticos desde 1931 a 1936, desde la derecha más conservadora a la izquierda más anarquista, y que se mal cerraron durante otros cuarenta, parece que otros cuarenta después están saltando y piden a gritos que se cosan entre todos y de otra manera, sin las presiones de una guerra ganada y de una democracia recobrada pero muy vigilada en sus primeros años. Esa debe ser la misión de los políticos y no de los jueces.