Todas y cada una de las razones que ha dado Ramón Tamames para subir un día a la tribuna de oradores del Congreso ( tanto si lo hace como si no ) están basadas en el más importante de los principios de la Democracia, la libertad. Libertad para pensar, libertad para elegir, libertad para criticar y libertad para ofrecer otros caminos a los conciudadanos. Esa misma libertad que tiene Ione Belarra para ponerse o quitarse el sujetador cuando quiera, dónde quiera y por las razones que quiera. La libertad no depende de la edad, ni del sexo. Y cuando se ataca esa libertad se está atacando la esencia misma de la Democracia.
Ione y Ramón no se parecen en nada y a los dos les están atacando por razones, aparentemente muy distintas, pero idénticas en el fondo. Y lo están haciendo desde la derecha y desde la izquierda, la mayor parte de las veces con un desconocimiento personal y político de los dos protagonistas, ataques que reflejan de forma verbal o literaria que, lo que se dice o se escribe, se hace desde la ignorancia partidista y desde el desprecio a la libertad. Belarra y Tamames pueden equivocarse pero tienen derecho a hacerlo. Son libres para hacerlo aceptando sus consecuencias, y nadie debería impedírselo, salvo aquellos que no creen en la libertad, esa palabra tan fácil de pronunciar como difícil de aceptar.
A una por dejar que sus pezones se conviertan, sin buscarlo, en una declaración contra el machismo socialógico y cultural que existe de forma lamentable y abundante en la sociedad española y dentro de nuestra clase política. Se puede y hasta se debe criticar su actividad como dirigente de un partido y como ministra de un Gobierno; lo que suena a machismo rancio, obsoleto y denigrante para el 50% de los habitantes de este país es querer convertir unas fotografias en un programa. Al otro por aceptar, en principio, y negociar con Vox, que es la formación más a la derecha del espectro político, la presentación y el protagonismo de una moción de censura al actual Gobierno y a su presidente, y dejar que las críticas a esa iniciativa se apoyen en los argumentos de recordar su pasado comunista e intentando convertir su edad, casi noventa años, en un obstáculo insalvable.
Cuando nació Ione Belarra en el septiembre de 1987, Ramón Tamames, que tenía 54 años, ya había sido todo lo que podía ser en la política. La dirigente de Podemos iba a estudiar en la misma Universidad en la que el ex dirigente del PCE daba clases de economía como catedrático. Ella se licenció en Psicología; el en Económicas y Derecho y como le parecía poco en aquellos años sesenta del siglo pasado se marchó a ampliar estudios a la London School os Economics, que era y sigue siendo una institución británica de caracter liberal y nada comunista.
Sólo desde la ignorancia se puede poner en duda la capacidad de Ramón para analizar lo que lleva ocurriendo en España desde antes de la muerte de Francisco Franco y de su compromiso con la libertad, el suyo, el que él quiere, no el que desean los demás. Cuando ingresó en el PCE en 1956, recien salido de la Universidad, no lo hizo a la búsqueda de ninguna rentabilidad política (Franco tardaría 20 años en morirse) y abandonó la actividad pública otros veinte años más tarde tras dejar primero el PCE, ayudar a fundar Izquierda Unida y desembarcar, finalmente, en el CDS de Adolfo Suárez, convertido este partido en una formación socialdemócrata.
No conozco a Ione Belarra de la misma forma que no conozco a Irene Montero. No estoy de acuerdo con la mayoría de sus propuestas, pero respeto y mucho su capacidad para defenderlas y afrontar los aluviones de críticas que les cayendo encima. Tienen y mantienen la pasión y el compromiso del que carecen la inmensa mayoría de los diputados que se sientan en los escaños del Congreso o que comparten con ellas sus puestos en el Consejo de Ministros.
Dicen lo que piensan, sin pensar que deberían mirar más las consecuencias múltiples que conlleva el intentar imponer sus pensamientos, por más nobles que parezcan. En apenas siete años ya han aprendido que los adversarios siempre están fuera y los enemigos, los de verdad, los que más daño hacen, se sientan a su lado. Lo mismo le ocurre a la ministra Pilar Llop, pero esa es otra historia.
Pierden batallas, pactan y aceptar retrocesos con razones políticas y personales que no comparto y que son más que discutibles, pero, por ejemplo, la más política, discutida, atacada ley que elaboraron, llevaron al Consejo de Ministros, que la aprobó y la convirtió en proyecto de Ley, que fué discutida en las dos Cámaras durante año y medio, y que consiguió la aprobación de 205 diputados en su redacción final, el 25 de agosto de 2022, aparece ahora como una “aberración” que se les ocurrió y de la que nadie en el Gobierno y en las Cortes quiere asumir como propia pese a haberla votado. Puede que la mayoría de los señores congresistas y senadores no la hayan leído pero esa es su responsabilidad, al igual que hubiera sido su responsabilidad haberse mostrado contrarias a la misma y haber expuesto las razones de su rechazo.
Ione Belarra junto a la totalidad de los ministros que están en el Gobierno en representación de Unidas Podemos deberían haber dimitido varias veces, por coherencia política y hasta por lo que siempre se ha llamado “vergüenza torera”. De igual forma el presidente del gobierno debería haber cambiado de Gabinete desde hace muchos meses. Ni los unos, ni los otros pueden ofrecer la imagen de “atarse al sillón” por encima de sus creencias. Esa es la política real, que lleva funcionando desde hace 45 años, y esa es la razón del desapego creciente de los ciudadanos hacia sus representantes.
A Ramón Tamames le conozco desde el año 1975, cuando le hice una de las primeras entrevistas políticas de mi vida profesional. Luego hemos trabajado juntos en proyectos editoriales y periodísticos, hemos viajado con nuestras familias hasta lejanas islas, hemos discrepado, nos hemos enfafado, nos hemos ido a comer un cocido y bajo la mirada de Carmen y Margui hemos abierto en canal la vida política y económica de esta España, por fuera y por dentro.
Admiro en Ramón su enorme capacidad intelectual, capaz de recitar poemas de Pushkin en ruso subido a una chimenea “art decó” en mitad del campo extremeño, o de impartir una clase de economía para “ que le entendieran” durante un ciclo de conferencias en la Universidad de Navarra. Es lo más parecido a un hombre del Renacimento, incapaz de quedarse pegado a una idea y menos a un dogma. Posiblemente lo hubieran quedado como a Savonarola, lo hubieran exiliado como a Maquiavelo o hubiera tenido que jurar, como hizo Galileo, que el Sol giraba en torno a la Tierra. Debió ser por ese amor a la Florencia de los Médici por lo que puso a su pastor alemán el nombre de Arno.
Tamames y su deseo de explicar a sus señorías su visión económica, política y social de esta España debería ser aceptado y hasta estimulado por parte de las izquierdas y las derechas que se sientan en el Congreso, más allá de que sea Santiago Abascal el camino para hacerlo; sabedores todos que no está en juego la presidencia del Gobierno ni el futuro electoral de los dos políticos, Sánchez y Feijóo que, de verdad, son las únicas alternativas a ocupar el sillón de La Moncloa.
Belarra está en una situación muy parecida a la que tuvo Tamames en el año en el que ella nació. El amargar de la propia derrota siempre lo sentirá, siga en política o se dedique a la enseñanza como hizo el catedrático de Estructura Económica. Ramón conoció mejor que todos los que hoy escriben sobre el marxismo en España a Santiago Carrillo, a Dolores Ibarruri o a Julio Anguita. Ione ya conoce mejor que el resto de los que opinan sobre élla y ellos a Pablo Iglesias, Alberto Garzón y Yolanda Díaz.
Creo que no merece la pena que mi amigo Ramón le diga a Carmen que “mañana viene a comer Alberto a casa”, sería mucho más interesante para todos que le dijera “ ¿ qué te parece si llamas a Ione e Irene y les dices que nos gustaría que se acercaran a comer con nosotros?”. Carmen Prieto-Castro y Ramón Tamames se casaron en 1960, el mismo día que se públicaba por primera vez su “Estructra Económica de España”. Sesenta y tres años les contemplan y Carmen, hoy, tampoco utilizaría sujetador.