Sin embargo, estamos mejor que nunca. El desarrollo y el avance en el último siglo no tiene igual en ninguna etapa previa del desarrollo humano, y aunque son muchas las diferencias de riqueza, es difícil negar que la humanidad ha dado un salto considerable en todos los aspectos. Aparenta que estamos ahora ante un muro en el que el pasado ya no sirve de guía para proyectar el futuro. Mejor conocer lo que se desconoce, que no conocerlo.
POBLACIÓN Y PRODUCTIVIDAD
Hay tendencias muy evidentes a las que resulta imposible sustraerse. Entendemos el mundo como un proceso de crecimiento sostenido que hacemos depender del incremento de la población y de la mejora de la productividad. Pero las medidas de productividad arrojan mejoras muy leves y la preocupación por el incremento de la población y la carencia de energía y alimentos, está dejando lugar a la preocupación por una evolución demográfica que es muy manifiesta en Occidente por el envejecimiento de la población.
Ya sabemos que China ha dejado de crecer en población y según las estimaciones de Naciones Unidas, su población activa puede reducirse desde los actuales 1.000 millones a menos de 250 millones a finales de este siglo. Si la ecuación del crecimiento depende de productividad y población, el crecimiento puede dejar de ser la norma a la que tanto, y tan bien, estamos acostumbrados.
NO ES CASUALIDAD
Cabe referirse ahora a la gestión que se está haciendo de esta permacrisis o policrisis, y puede resultar que el problema no radique tanto en las dificultades por las que atravesamos, sino en el error en su diagnóstico y por lo tanto en los remedios que se aplican.
Quizá es que solo tenemos a disposición remedios para tratar síntomas, pero también que la sociedad actual no esté en disposición de afrontar el reto de hacer frente a las consecuencias de cómo se han ido tratando los sucesivos episodios que, mal resueltos, pueden estar confluyendo en un proceso donde las crisis pueden ser consecuencia de un error de diagnóstico, de una deliberada política de patada para adelante o de una mezcla de ambas, pero en todo caso, lo que parece lejos de duda es que afrontamos un periodo de enorme incertidumbre que obligará, tarde o temprano, a tener que elaborar un nuevo diagnóstico y a aplicar remedios que ahora no imaginamos. Pero antes necesitamos tomar conciencia de que ni lo que vivimos es producto de la casualidad, ni de que en este mundo existe lugar donde esconderse.
Los intereses económicos son legítimos, y en su base está el contrato social, fuente de estabilidad y progreso. Pero no todas las sociedades participan del mismo contrato social, aunque todas aspiren al crecimiento. De ahí surgen los conflictos. Los Estados precisan estructuras supranacionales para resolverlos. La Eurozona es un ejemplo de su utilidad, pero tiene ahora que superar el reto de recuperar las normas de estabilidad fiscal en las que basó su fundación.