Algún gañán descamisado y algún gritón agradecido dieron la nota, reprochándole a un ex comunista que se hubiese desplazado hacia el extremo derecho y no repararon que la edad ayuda a pasarse las etiquetas ideológicas por el escroto, porque las obediencias serviles destruyen las ideas.
Creo que esa reunión de personajes menores con distintas psicopatías no reconocidas pero ciertas, se vio alterada por un acto parlamentario que no estaba pensado para dales una lección de urbanidad y buenas costumbres pero al menos sirvió para que por unas horas se abriese un hueco en el hemiciclo y un anciano demostrara a los hijos del dios menor reinante que la mediocridad huele a podrido.
Las crónicas que no he leído porque son un calco de la insustancialidad imperante, seguro que han hablado de otros actores de reparto que nunca serán merecedores de un Oscar.
La gente que desprecia lo que sucedió esta semana en la carrera de San Jerónimo no sabe ni sabrá nunca a que huele una bonita flor, a que sabe la palabra de los sabios, cómo camina una mujer elegante y qué enriquecedor resulta escuchar la palabra del viejo de la tribu.
Me he detenido a reflexionar sobre un anciano con memoria de haber vivido, recuerdos de lo que fue aquel lugar e imágenes de parlamentarios que están bajo tierra criando malvas pero si levantasen la cabeza regresarían al nicho.
Ramón Tamames se ha dado el capricho e imagino que solo lamenta es haber tenido una audiencia tan mediocre.