Empeñados en destruirse como formación política y apoyo de un posible gobierno con el PSOE de Pedro Sánchez, tanto la dirección de Podemos como el difuso universo de Yolanda Díaz, deberían ser conscientes de que si su electorado abandona las urnas, por cansancio de sus enfrentamientos, lo pagarán muy caro a la hora de obtener representación en las instituciones, ya sean Autonomías, Ayuntamientos o el propio Estado.
Desde que regresó la Democracia a nuestro país, año tras año y elección tras elección, se ha demostrado lo mismo: si la abstención pasa del 30 por ciento y el centro político se desmorona, llevando los votos hacia la más clara representación de la derecha clásica, las posibilidades de victoria del PP y de Vox aumentarán y mucho. La izquierda necesita que haya una participación masiva. Los cambios ocurridos entre 2011 y 2019 en las urnas, en las distintas convocatorias, así lo demuestran.
Un gran ejemplo con números: Sánchez : los 44 escaños que perdió el conjunto de los partidos de derechas en España entre 2011 y abril de 2019 fueron exactamente los mismos que ganó el conjunto de la izquierda en ese periodo. El PP de Mariano Rajoy había conseguido la mayoría absoluta con 186 mientras que la entonces UPyD de Rosa Díez - lo más parecido al Ciudadanos que inventarían Albert Rivera e Inés Arrimadas años más tarde - se había quedado en cinco. En total 191 asientos en el Congreso. Ocho años después, a los 66 parlamentarios en los que se había quedado el PP había que sumar los 57 que consiguió Ciudadanos y con los que estuvo a pnto de conseguir el sueño del “sorpasso” en el centro derecha español, y los primeros 24 del Vox de Santiago Abascal para llegar así a los 147 que consiguieron el 28 de abril.
En esos ocho años, ell bloque de izquierdas, desde la socialdemocracia del PSOE al grupo de formaciones marxistas y verdes, hizo el camino opuesto, de los 110 escaños conseguidos por el PSOE en 2011, y tras la travesía de 2015 y 2016, llegó el partido de Pedro Sánchez a los 123 de abril de 2019. En ese periodo de tiempo, bien bajo las siglas de Izquierda Unida o del Podemos de Pablo Iglesias a la IU de Alberto Garzón, la otra formación de izquierdas pasó de 11 a 71 ( 69 de Podemos y tan sólo 2 de IU, conviene recordarlo ) para aterrizar en los 42 de las últimas elecciones. En total 165, exactamente 44 más que en el año en el que el PP consiguió su mayoría absoluta.
Si la lectura de los escaños conseguidos por los dos grandes bloques, en ese cambio político que va de la mayoría absoluta de la derecha a la suma de gobierno de la izquierda, señalan un intercambio perfecto, los votos dicen otra cosas bastante distinta: en 2011, la suma de PP y UP yD llegó a los once millones ochocientas mil papeletas conseguidas en las urnas, por los ocho millones cien mil votantes del PSOE e Izquierda Unida. Ocho años más tarde entre socialistas y podemitas los votos sumaron once millones ochocientos mil, exactamente los mismos conseguidos por la suma de las derechas. La diferencia aparece en la suma de ese mismo bloque de derechas, que llega en abril de 2019 hasta los once millones cien mil votos, apenas 700.000 menos que sus rivales y muy por encima de los ocho millones cien mil que habían conseguido PSOE e IU en el ya lejano 2011.
¿Dónde está la explicación para que el traslado de escaños de un bloque a otro sea exacto mientras que los votos conseguidos en las urnas arrojan una diferencia de tres millones de papeletas?. Sencillamente: en la abstención o si se quiere en el claro aumento de la participación electoral. Mientras que en 2011 los españoles que fueron a las urnas sumaron 24.666.441, los que decidieron que querían votar y votaron en 2019 llegaron a los 26.361.256. En porcentaje, ocho puntos más, casi nueve, de participación.
Es la misma situación en la que se pueden encontrar los dos grandes partidos, PSOE y PP, por un lado, y el resto de formaciones por otro. Con una conclusión: la abstención, o la baja participación en ese segmento de la población con derecho a voto, castigan a la izquierda y tiene una incidencia real y contundente en las urnas. Hay un porcentaje de escaños que, merced a la Ley D´Hont y en las circunscripciones en las que se reparten menos asientos del Congreso, los restos, los últimos escaños, varían en torno a los 11 o 13 parlamentarios, pero el grueso de las adjudicaciones dependen del nivel de participación.
Con menos asistencia a las urnas y con menos porcentaje de votos, la derecha logra mayor representación; la izquierda por el contrario necesita que la abstención esté por debajo del 25 por ciento para ganar. Ese es uno de los desafios que tienen tanto Pedro Sánchez como los que representan a Podemos, a IU o a Sumar, se llamen Pablo Iglesias, Yolanda Díaz, Ione Belarra o Alberto Garzón por delante. Su “colchón” para vencer al bloque de derechas está en los escaños que consigan los nacionalistas, pero llegados a ese extremo, el precio va a ser muy alto. Y tan poco de fiar en los apoyos finales como ha demostrado la Reforma de la Ley del sólo el sí es sí. La posición del PNV de Urkullu y del Junts de Borrás y Turull es una advertencia al centralismo. La subasta de los apoyos parlamentarios ha comenzado mucho antes de que nazca el nuevo Congreso.