España no puede pagar su deuda con Europa, ni ahora ni dentro de treinta años, que es el marco en el que el presidente del Gobierno ha colocado a nuestro país para asegurar que en 2050 seremos más ricos y felices. No hay un sólo dato en el que basar ese slogan. Lo cierto es que las sucesivas crisis han desmantelado la democracia del bienestar en la que creíamos en 1977.
Debemos mucho más que Alemania o Francia. Competimos en ese ranking tan negro con Italia pero con menos capacidad industrial y económica. Los milagros no existen por mucho que se pregonen y un milagro es lo que nos ofrece Pedro Sánchez Es verdad que lo hace a un plazo tan largo que una gran parte de los “afectados” ya no estará con vida.
Desde el BCE nos mandan a un superjefe para que examine a nuestros bancos y si miramos la Bolsa vemos que es incapaz de soportar la especulación a corto plazo. El rescate total de España es un imposible por mucho que se empeñen los que más desconfían de la capacidad de este Gobierno para salir del agujero, sobre todo cuando nos pongan las condiciones “imprescindibles “ para que comience a llegar el maná monetario prometido.. Tras la salida de Gran Bretaña y los problema de cohesión política que se ven en gran parte de los 27 países que la forman, a eurozona está más cerca de desmorona al grito de "salvese quien pueda" que de ofrecer soluciones económicas y sociales basadas en la solidaridad.
El sistema que nació en 1978 en España con la Constitución y la estructura territorial que contemplaba se hunde sin que los ciudadanos sepan muy bien las razones que lo han llevado al fracaso tras años de presumir del modelo. El estado del bienestar que nos vendieron y compramos está muerto. O peor: lo están matando sin que a los españoles nos dejen decir y elegir. El miedo es un fuerte instrumento de presión. Con el miedo se gobierna y se somete a los pueblos, hasta que ese mismo miedo destruye a los que lo utilizan.
Nos hemos pasado 43 años presumiendo de una transición democrática que podía servir de modelo a otros países que salieran de regímenes totalitarios y dictatoriales. Hemos presumido de haber creado un estado moderno, descentralizado, eficaz, cercano a los ciudadanos, con unos partidos experimentados tanto para gobernar como para ejercer la oposición. Y descubrimos con pesar, tristeza y hasta con pánico que no es cierto.
Hemos creado unas empresas y unos bancos que se codeaban con los mejores del mundo y que llevaban el modelo español como el mejor de los estandartes. Y de repente, en apenas diez años e incluso menos, el gigante descubre que tiene los pies de barro, que nada de lo creado funciona, que los partidos y los dirigentes políticos se alejan de sus representados y no cumplen ninguna de sus promesas, que nuestras empresas están endeudadas hasta las cejas y listas para ser asaltadas a precio de saldo, que nuestros bancos se hartan de pedir dinero a Europa.
Descubrimos que estamos al borde de la ruina o eso nos dicen de forma machacona todos los días, con la prima de riesgo que siempre llega más lejos de lo que se presumía era la línea roja, y la Bolsa que padece los asaltos de los especuladores haciendo su agosto a costa de la pérdida de miles de millones de euros, mientras que una buena parte de esos miles se van de España camino de otros bolsillos más fiables.
El estado autonómico que ha crecido a la sombra del estado central es un desastre. No hay autonomía que no necesite cambios urgentes. Todo lo que antes pedían para ser administrado desde sus capitales regionales ahora se demuestra que el precio por los mismos servicios que proporcionaba el Estado es más costoso y menos operativo que antes. Sobran funcionarios en los distintos niveles de las Administraciones, sobran autovías que se construyeron para ganar dinero y se “ venden” al Estado para que aumente la recaudación con sus impuestos directos, sobran aeropuertos fantasmas, sobran empresas públicas autonómicas mal gestionadas, sobran hospitales autonómicos gestionados por empresas privadas, sobra de todo menos dinero en las arcas.
No es que haya que replantearse cada uno de los temas que nos agobian, tenemos que replantearnos todo el conjunto, desde la estructura del estado en sus distintas administraciones a los niveles de educación, sanidad, desempleo y pensiones que queremos.
Se habla afortunadamente menos de la marca España y de la necesidad de recuperar nuestro buen nombre cuando todo lo que se añade a continuación son recortes y los buenos deseos se convierten en una meta imposible. No se pone nada en positivo: ni la magnífica red de hospitales y sistema de sanidad pública que se construyó y que supone uno de nuestros grandes activos sin apenas explotar fuera de nuestras fronteras de manera eficiente; ni la red de infraestructuras viarias que permite a todos los europeos viajar de forma rápida y segura por nuestro territorio; ni la eficacia y profesionalidad de nuestros bancos para dar servicios ( salvo los de crédito e hipotecas ); ni la capacidad de nuestros profesionales que se ven obligados a marcharse ante la falta de oportunidades que se dan en los distintos sectores empresariales.
La democracia a la que aspirábamos desde el franquismo y que conseguimos merced a un gran acuerdo nacional se está muriendo en toda España más deprisa que en otras partes de Europa. Los últimos en llegar pueden ser los primeros en salir arrastrados por la falta de confianza en las instituciones.. El bienestar del que hemos disfrutado ( unos más que otros ) es muy caro cuando se pone sobre la mesa la educación pública y gratuita, es muy caro cuando se habla de la sanidad pública y gratuita; pero no es muy caro, tal parece, cuando se mantienen "embajadas autonómicas" en el extranjero, traductores en el Senado, Parlamentos regionales que doblan y triplican el número que deberían tener por razones de población, Ayuntamientos con el mismo mal en cuanto a concejalías; y todo tipo de situaciones especiales y prebendas por razón del cargo político que no tienen el resto de los españoles.
Eso no es muy caro: se baja un siete por ciento y ya está. Pasemos a cobrar más a los autónomos, a subir el IVA y el IBI, y los transportes, y la recogida de basuras, acosemos a los automovilistas con multas y más multas, ya sean en ciudad o en carretera, castiguemos al ciudadano por el simple hecho de serlo, que tiene las espaldas anchas y una paciencia infinita.
Con el voto en los bolsillos se puede hacer cualquier cosa menos respetar la voluntad popular que se siente engañada. En nombre de la voluntad popular libremente expresada en las urnas se cambia todo por la " voluntad de sacrificio" de unos pocos que son incapaces de abandonar los sillones de mando pese al fracaso rotundo y sin paliativos de sus políticas y de su gestión. Dan así pábulo y recorrido a ofertas y formaciones que hasta ahora eran marginales o inexistentes, con promesas populistas que pueden cambiar por completo el actual sistema de poderes y equilibrios, y desde luego la democracia tal y como la vivimos y conocemos.