Y si Rajoy se marcha ¿quién viene?
martes 21 de octubre de 2014, 21:41h
Sisto este miércoles a la sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados; el Parlamento, tras unas muy largas vacaciones o algo parecido, vuelve a funcionar, laus Deo, porque es el arquitrabe de una democracia. Pérez Rubalcaba y un representante de Izquierda Unida, Joan Coscubiela, piden a Rajoy simple y llanamente que dimita. Que se vaya de inmediato.
No han esperado siquiera al debate sobre el estado de la nación, en el que José María Aznar, entonces jefe de la oposición, lanzó aquel célebre "váyase, señor González"; a este paso, acabarán devaluando el acto más vistoso del Legislativo en el curso del año, un acto que tiene lugar dentro de apenas una semana. Si ya han empezado a pedir al jefe del Gobierno que se vaya, ¿qué van a dejar para el debate?. Pienso, en todo caso, que desgastar ahora al jefe del Ejecutivo exigiéndole que se marche porque, dicen, ya no puede controlar la situación, es un error: debilita al conjunto de la nación frente a sus muy notables acosadores externos, y mina la ya escasa confianza de los ciudadanos en la estabilidad política de España.
Desde luego que no seré yo quien defienda a capa y espada la labor de Mariano Rajoy al frente del Gobierno en estos catorce meses; pensando, como pienso, que el presidente es hombre de buena voluntad y que está haciendo un enorme esfuerzo por adaptarse a una coyuntura infernal, creo que se han producido incumplimientos, contradicciones, falsedades, errores y ocurrencias varios en este tiempo. Todo ello ha derivado en una enorme pérdida de popularidad y prestigio que afecta a la clase política española en general, pero al Gobierno y a quienes lo encarnan muy en particular. Hay muchas, muchas críticas que pueden hacerse a los modos y a los tiempos de Mariano Rajoy; muchas veces se ha escrito, y quien suscribe el primero, que actúa como sin actuar, más pendiente de los cambios que del Cambio, tapando vías de agua más que procediendo a una reparación general de la nave.
Lo peor de todo es que se resiste, porque parece encantado con la situación actual, a propiciar ajustes y reformas de verdadero calado, sin admitir la crítica implacable a lo que va mal: a él le parece que cosas que a los demás nos da la impresión de que no funcionan, marchan de maravilla. Por supuesto, no basta, aunque sea una buena señal, con dar marcha atrás en decisiones particularmente desafortunadas, como el combate a los desahucios o la subida de las tasas judiciales. Y claro que debería hacer ya una crisis de Gobierno, cambiando a varios ministros -y no, no caeré en la fácil tentación de lapidar a una ministra en concreto, sobre la que pesan acusaciones cuya exactitud no soy capaz de verificar y que, por tanto, no comparto; se trata, simplemente, de que hay varios departamentos que, simplemente, funcionan mal-.
Pero todo eso es una cosa y que le echemos entre todos -sí, algunos en su partido me parece que también lo pretenden-, otra. No se me ocurre un sustituto, aquí y ahora, así, a la carrera, para Mariano Rajoy, que es, al fin y al cabo, quien encabezó la candidatura ganadora de las elecciones generales hace catorce meses. Le digo a usted, querido lector, la verdad, mi verdad: si yo pensase que hay alguien en condiciones de sustituir ventajosamente a Rajoy en su partido, que está lleno de seguidistas y de revanchistas, lo diría. Y si fuese posible que lo reemplazase el actual líder de la oposición, también.
Pero meternos en un proceso electoral con la que está cayendo, o en una mera sesión de investidura, o en el desgobierno, me parecería algo suicida: puede que Mariano Rajoy no sea lo mejor que podemos tener, pero es lo que tenemos, y no acabo de explicarme las prisas de alguien con tanta experiencia política, con tanto sentido del Estado, como Alfredo Pérez Rubalcaba, por mover el sillón en La Moncloa. Mucho mejor sería hacer lo contrario: tenderle la mano en busca de un acuerdo, y allá Rajoy y los suyos -y ay de nosotros-- si, al lamentable grito de 'y tú más', lo siguen desdeñando.