La idea de utilizar el clásico epistolario, tan olvidado por la mensajería instantánea que nos asalta cada día, no es mía, lo cual es de obligado reconocimiento, sino de un pariente directo del torero Juan Belmonte, el diestro que tras cambiar el arte de torear y regresar a los ruedos cogió una mañana su escopeta, tras un buen desayuno andaluz, montó en su caballo, fuese al campo y se suicidó apretando el gatillo, tal vez cansado de conocer que en su futuro no tenía cabida su glorioso pasado.
Reconocido el origen de esta misiva, y tras larga conversación veraniega, desde la distancia que imponen las islas y el campo castellano manchego, con este amigo docto en Derecho y atento observador de la vida política desde la privilegiada atalaya que proporciona la Villa y Corte de su Majestad, me permito señalarle el camino, corto o largo, que le espera.
Una carta de navegar terrestre ( lo que ya es un contrasentido más de esta época en la que tanto abundan ), y que sin llegar a ser reconocido como el que termina, desde hace siglos, en la ciudad en la que ha ejercido el poder durante los últimos dos decenios, es digno de tenerse en cuenta al margen de las opiniones, sin dudas sinceras y nada interesadas, que le ofrezcan sus compañeros de andaduras. Encomendarse al Apóstol nunca estará de más.
Todo caminar se inicia con un primer paso. Mire bien si utiliza el pie derecho o el izquierdo, no sea que tenga a la postrera reflexión arrepentirse. Lo dará desde el Hemiciclo del Congreso los días 26 y 27 de septiembre, con 172 votos asegurados, cercanos, es verdad, pero insuficientes para esa mayoría absoluta que los hagiógrafos de los sondeos le adelantaron antes del 23 de julio y que hicieron que usted se olvidara de la inconsciencia colectiva en la que viven la mayor parte de los ciudadanos, tan cansados de los machacones porcentajes como de los exégetas del cambio climático.
Me permito insistir en lo de los 172 votos asegurados. Si en este largo mes de dimes y diretes, conversaciones secretas, acuerdos entre minorías y apuntes en las hojas de cálculo del precio de cada si o de cada no, usted consigue que los discípulos de la centenaria sabiduría de Deusto cambien de criterio, se olviden de la máxima de Hobbes sobre los lobos y le presten por unas horas sus cinco diputados, tendremos presidente, irá de nuevo a palacio para el preceptivo juramento y organizará un nuevo Gobierno, presto a cambiar casi todo lo que ha hecho el anterior, salvo lo que desde Bruselas y desde Estrasburgo le impidan.
Si así no fuera, lo cual es más que posible, cuarenta y ocho horas más tarde tendrá una nueva oportunidad en la que sus trabajados y sudados 172 escaños serán suficientes si desde Vitoria y desde Waterloo deciden que los suyos, los que se volverán a sentarse en el Hemiciclo, se abstengan de votar. A muy pocos Papás, que recuerde, se le han reconocido milagros en vida y no creo que Francisco, por más pasado jesuítico que tenga vaya a romper con esa tradición en tiempos tan laicos como los que vivimos.
No desespere, serán tan sólo dos peldaños de una larga escalera que, si está en buena forma y la sube al ritmo político adecuado, le llevará al palacio de La Moncloa. Hay que saber esperar sentado en el despacho de la calle Génova a que su gran rival intente conseguir la gloria en los dos meses siguientes, antes de que suene el gong que marcaría una nueva cita electoral, allá por mediados de enero del próximo año.
Si el gaditano Pemán se soltó tres horas de prosa y verso para contar una parte maldita de la historia de la Compañía de Jesús, un esfuerzo que le llevó a conseguir el Toisón de Oro, bien puede todo un experto en meigas y runas esperar a que el tiempo haga su trabajo. Bien lo dice mi docto amigo, que es más de la gitanería de leer las rayas de la mano, si los vascos saben hacer bien las cosas y lo llevan demostrando 40 años, habrá un momento en la Legislatura en el que la tormenta arrastre a su partido a interponer una oportuna, pactada, negociada, valorada y firmada en restaurante de cinco estrellas, moción de censura.
Tendrá sus mismos 172 votos, que deberán cuidar con esmero su trilogía de notables, desde Gamarra a Bendodo pasando por González Pons, para que canarios y navarros no cambien de tercio y mantengan firme su mano izquierda para que se adorne con un preciso natural, ajustado a los pitones del morlaco tal y como le gustaba hacer Belmonte antes de sentarse en tertulia.
Y si el dios Juno decide mostrar sus dos caras al mismo tiempo y a todo el mundo tenga don Alberto confianza en sus fuerzas. Un retoque por aquí ( en las provincias donde peor resultado han obtenido sus colores ) y un refuerzo por allá y esos esquivos cuatro escaños que le faltan pueden esperarle escondidos en cualquiera de las urnas patrias.
Puede que tanto usted como el Rey Felipe hayan pecado de impaciencia, deseosos ambos de dejar resulto el sudoku político antes de que termine el verano, pero como insiste otro amigo tan amante como el familiar de Belmonte del mundo de los toros y, en especial, de José Tomás, hay que leer al canario Galdós para entender a España. De la misma forma que para entender a la Casa Borbón se debe empezar por sentarse en la misma silla y ante la misma mesa en la que Maquiavelo escribió “ El Príncipe” con Fernando II de Aragón como modelo de astucia y ambición.