La hemos leído en decenas de libros; la hemos visto en decenas de películas y series de televisión. La escena es siempre la misma, al igual que sus protagonistas. Cambian las caras y el escenario pero el guión siempre es el mismo. Unas veces es una comisaría de policía: otras, la sala de Juntas de una gran empresa. Incluso, con un poco de paciencia, la habremos visto en el vestuario de algún equipo de futbol. El juego entre el poli bueno, el poli malo y la víctima de ambos lo están representando de manera impecable el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, el líder de Junts, Carles Puigdemont, y el presidente en funciones, Pedro Sánchez.
Al secretario general de los socialistas y candidato electoral le ha tocado representar el papel de prisionero/víctima/presunto culpable, el mismo que no tuvieron más remedio que asumir sus antecesores en el Gobierno del Estado. El dirigente vasco tiene asignado el papel de poli bueno desde hace 40 años, es una especie de herencia política bien asumida desde los lejanos tiempos de Xavier Arzallus. Al igual que el huido, estigmatizado, perseguido y ex presidente de la Generalitat no tiene más remedio que aceptar su papel de poli malo.
En esta versión de 2023 los interpretes no están a la altura de los personajes pero resultan atractivos y hacen dudar a los espectadores, en este caso los ciudadanos españoles, de si el final será el que escribió el novelista norteamericano o terminará con sorpresas. Bien podría haber escrito el guión de “ Spain Investiment” el gran James Ellroy como una variación española y política, con los correspondientes personajes secundarios cargados de corrupción e intereses de grupo que aparecen en la novela l.A Confidential, escrita en 1990 y que tendría su mejor traducción al cine nueve años más tarde dirigida port Curtis Hanson.
Ni se me ocurre colocar al ex alcalde de Girona y vecino de Waterloo a la altura del Bud White que borda el australiano Russell Crowe - el duro malo que recibe los golpes para al final quedarse con la chica mala ( en esta versión tan del siglo XIX Cataluña le quitaría el papel a Kim Basinger ) al final de los tiros, las traiciones y la competencia por la rubia vampiresa - pero tampoco la Madrid o Barcelona de 2023 son Los Angeles de 1950.
La novela y las películas son ficción, lo que quieren escribir y conseguir Puigdemont y el resto de los políticos independentistas catalanes es volver al año 1714, cuando sus mayores fueron abandonados por el archiduque Carlos y la Armada inglesa y tuvieron que rendirse al primer Borbón que se convertía en Rey de España. Trescientos años que arañan sus entrañas y le convierten en un hombre y político con el que el diálogo es imposible. Siempre querrá más y más hasta dejar seca a la España que sacó a cataluña de la pobreza desde aquellos inicios del siglo XVIII a costa del resto de España.
El orondo y fiel discípulo de la Universidad del País Vasco, enemigo de la violencia física y siempre dispuesto a conquistar sus metas a través del diálogo ( “ el hoy no es el ayer y tampoco el mañana “, podría seer el emblema de sus colores ) no se ajusta al prototipo de Edmund J. Exley, papel que bordó el hierático Guy Pearce, pero cumple con sobriedad lo que le exigen desde las alturas del PNV e incluso desde la larga distancia del Vaticano. Ambos, poli malo y poli bueno coinciden en la búsqueda del mismo final, en la España de 2023 llegar a la independencia de sus respectivos territorios. Para alcanzar esa meta recuerden a la mejor y más pactada estrategia que tienen a su alcance: se trata de engañar al que consideran su prisionero tras los resultados de las elecciones generales.
El manual que mejor explica lo que está ocurriendo en estos días del mes de agosto de 2023 está escrito muchas veces por distintos autores y en distintos idiomas. Los planteamientos que debe hacer el poli malo ante su “víctima” deben parecen inaceptables e imposibles de cumplir; mientras que el poli bueno debe esmerarse en hacer creer a esa misma “víctima” que el acuerdo sobre el “crimen” del que el acusan es posible, que tan sólo se trata de avanzar un poco más, una cesión más, una confesión más. Ya habrá tiempo para que, al verlo arrepentido, la Justicia del tiempo sea benevolente y no le ponga la máxima pena.
Al igual que White y Exley no buscan la justicia, pese a las apariencias, tampoco Ortuzar y Puigdemont quieren lo que predican. Su igualdad alcanza a una cuarta parte de los españoles, de los que sus raíces tienen mucho más de Extremadura, Castilla, Valencia y Galicia que del radicalismo que pervive ( en declive ) en Cataluña y Euskadi. Son parte de la misma quebrada derecha española que se obstina en querer avanzar hacia el pasado codo a codo con la izquierda que parece no haber aprendido nada de la historia de esta España nuestra. Hoy por hoy la España de todos y con todos sus defectos.