Tienen el poder vicario que les han concedido los gobiernos de los 27 países de la Unión Europea y lo utilizan por encima de esos mismos gobiernos. Son cuatro auténticos camaleones por su capacidad para cambiar de color, de pensamiento y de actitud todas las veces que haga falta. Más que adaptarse a su entorno, hacen que el entorno se adapte a ellos. Lo consiguen por la evidente estulticia de los que se atribuyen la representación de los ciudadanos del llamado “Viejo Continente”. Desde Ursula Von der Layen a Christine Lagarde pasando por José Borrell y Luís de Guindos, los cuatro “gobiernan” Europa pese a no haber ganado nunca unas elecciones. Los ciudadanos les son ajenos en sus problemas.
Desde ese Gobierno supranacional que es la Comisión Europea, con su presidenta, sus ocho vicepresidentes ejecutivos y sus 27 Comisarios, que representan a cada uno de los 27 países miembros, se marca la senda que luego deben seguir (con mayor o menor convicción) los gobiernos nacionales.
Con la alemana Von der Layen al frente el vicepresidente con más poder y mayor representación es el Alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores, el español y ex ministro Borrell, una y otra destacados, beligerantes y fervorosos defensores de Volodomir Zelensky, del Gobierno de Kiev y enemigos declarados de Putin y de Rusia desde la invasión de Ucrania.
Estados Unidos y Joe Biden tienen en ellos a sus mejores y más duros representantes. Para doña Ursula y don José no existe un camino para conseguir la paz en Ucrania que no pase por la derrota de Rusia. Sus mandatos terminarán en 2024 pero de mantenerse la actual situación en ese país es muy probable que se mantengan en sus puestos, como en el caso de la OTAN con el noruego Stoltenbeg. Habrá que esperar al resultado de las futuras elecciones norteamericanas para ver el rumbo que el futuro presidente o presidenta quiere darle a la crisis ucraniana.
Hoy por hoy, si Von der Layen y Borrell se presentaran para ser elegidos por los ciudadanos de los 27 países que integran la UE recibirían, casi con toda seguridad, un atronador suspenso. Responden, en teoría, ante la Comisión a la que pertenecen y, también en teoría, ante el Consejo Europeo, que es el que forman los Jefes de Estado o de Gobierno de cada país, que los aprueba entre una lista de candidatos para que encabecen la Comisión y cada una de las Comisarías, todo el proceso a partir de los grupos políticos que forman el Parlamento Europeo. Instituciones que paso a paso, nivel a nivel, negociación a negociación entre la clase política aleja cada vez más la voluntad de los ciudadanos de la toma de decisiones que resultan fundamentales para sus vidas.
El próximo mes de junio, tras las elecciones europeas, se volverá a reproducir todo el proceso, muy similar al que ocurre en España. Si el candidato a la presidencia alcanza la mayoría absoluta de los 705 parlamentarios, que a su vez realizan una especie de elecciones primarias entre los distintos grupos políticos, se convertirá en el sucesor (si los conservadores no mantienen a Von der Layen) de la actual presidenta, y lo mismo pasará con cada uno de los vicepresidentes y del flamante Alto Representantes para Asuntos Exteriores. España jugó sus bazas y consiguió que Borrell asumiera la representación internacional de los 27 países. Es difícil que lo vuelva a conseguir pero dependerá de las buenas o malas relaciones que el candidato tenga en esos momentos con el “gran patrón” de la UE en el equilibrio geoestratégico mundial, que es Estados Unidos.
Si a nivel político pueden cambiar los dos grandes camaleones que conducen las relaciones entre los grandes bloques, lo mismo ocurre con los otros dos que dirigen y organizan desde el Banco Central Europeo el mundo de las finanzas, desde el precio del dinero al nivel de deuda o las devoluciones de los préstamos que se hicieron por la epidemia del Covid. Cifras billonarias que cada gobierno de la UE sabe que no imposibles de cumplir y que se limitarán, como hasta ahora, al pago de los intereses.
Desde el BCE se cierra la pinza de esa estructura supranacional europea en la que se refugian los gobiernos a la hora de implantar decisiones que afectan a sus ciudadanos, la mayor parte de las veces para empobrecerlos y aumentar la desigualdad. Tanto Lagarde como De Guindos y los que les acompañan como grandes expertos en los equilibrios financieros se creen en posesión de la verdad, cuando lo que hacen es seguir mejor o peor el camino de la Reserva Federal norteamericana.
Bajo el mantra de la lucha contra la inflación que ellos mismos han creados y sin tener en cuenta los efectos sobre las capas de la población con menos recursos, insistirán una y otra vez en sus argumentos pese a que la propia y reciente historia ha demostrado que la mayor parte de las veces han sido erróneos.
Para no mirar muy lejos, ¿? Qué credibilidad puede tener la presidenta del BCE a la que sus propios compatriotas quisieron juzgar por el escándalo de Bernard Tapie?, y desde España y para España es aún más fácil y grotesco con el flamante número dos de ese mismo Banco Central, el hombre que siendo ministro con Mariano Rajoy aseguró que la crisis bancaria no les costaría ni un duro a los ciudadanos. Ya hemos superado los cien mil millones y nunca se han mostrado las cuentas verdaderas, escondidas entre créditos y traslados entre sociedades, con valores de tasación que nada tenían que ver con la realidad.