A principios de año, el temor dominante era una probable recesión de EE.UU., consecuencia de la reacción a su desatada restricción monetaria. Casi dada por hecha, se suspiraba porque tal recesión no afectase al resto de la economía mundial, que además, no había experimentado el auge, -por la demanda de bienes primero y de servicios después-, que experimentaron los norteamericanos.
China aparecía como el potencial compensador del menor crecimiento norteamericano por la inminencia de su “reapertura” tras el férreo bloqueo contra el Covid. Unos meses después, la historia resultó ser la contraria. Sin disfrutar del auge que suele ser preludio de una recesión, -que siempre es un proceso y rara vez un evento-, es el resto del mundo, particularmente Europa, quién sufre la anemia, mientras los economistas se asientan cada vez más sobre la idea de que la recesión no acabará por llegar a EE.UU. y revisan al alza sus pronósticos para la economía norteamericana, algo que ha redoblado su frecuencia a lo largo de este verano.
¿Cómo es posible que la economía que más ha recuperado desde la pandemia no sufra las consecuencias de ese súbito auge, aderezado por una acelerada e intensa respuesta monetaria que los demás se han visto obligados a seguir, y que sea precisamente la economía europea sobre la que sobrevuele la recesión?
NADA NUEVO
Quizá no lo tenga en mente, pero poniendo un poco de perspectiva, resulta que si nos remontamos a 2008, momento en el que estalla la Gran Recesión, el PIB europeo, entonces prácticamente el mismo que el norteamericano, era de 15 billones de dólares. La estimación para 2023 revela que mientras el PIB de la Eurozona es hoy prácticamente el de entonces, el norteamericano no está lejos de haberse duplicado hasta sortear los 27 billones de dólares a precios corrientes.
No es, por lo tanto, algo que cae sobre nuestras europeas cabezas como consecuencia de hechos recientes como el Covid o la guerra en Ucrania. En 2008 se salvó el euro, pero la Eurozona lleva estancada desde entonces. El desacoplamiento al que aspiraba Europa en esta fase de restricción monetaria, resulta que lleva muchos años ocurriendo, pero justo en sentido inverso. Aparenta que corremos, pero resulta que no avanzamos. Se debe a causas estructurales sin abordar, pero también a serios errores.
PILARES FALLIDOS
Hace tiempo que Alemania construyó su “plan estratégico” sobre tres pilares: i) energía barata e ilimitada, ii) crecimiento de la demanda asiática para sus exportaciones, sobre todo de China, y iii) demanda de trabajo abundante y de bajo coste. Los tres fallidos. Europa, otrora crítica con políticas proteccionistas que limitaban su capacidad exportadora, se ve impelida ahora a considerar esas medidas.
Es el caso con China y sus vehículos eléctricos. Los actuales pilares estratégicos europeos son: i) la independencia energética a través de la electrificación mediante energías limpias, y ii) la transformación digital. Sin embargo, ya se discute sobre la imperiosa necesidad de retrasar la Euro 7, normativa que regula las emisiones, y tampoco parece estar funcionando adecuadamente el despliegue de los fondos europeos. Hay particularidades que afectan al episodio actual de desacoplamiento adverso, pero algo en Europa no marcha desde hace ya tiempo, y con nosotros, entusiastas colaboradores, a bordo.
En 2024 hay elecciones europeas, pero hace mucho que la política está alejada de la realidad. Que menos que tomar conciencia. Y el BCE subiendo tipos...pero es lo que hay.