Una motosierra en las manos, tres palabras repetidas ml veces: “la libertad, carajo”, unas largas patillas y sin vida política a sus espaldas son las claves que han llevado a Javier Milei a ganar las elecciones con un 56% de los votos frente al 44% de su rival peronista. Se inventó un partido hace apenas cinco meses y ha roto por completo el bipartidismo que se ha repartido el poder en Argentina desde la caída de los militares que dieron el golpe de estado.
A Milei le ha votado la juventud de su país, cansada de no tener futuro; el 43 por ciento de una clase media empobrecida y una clase obrera más empobrecida aún. Apareció en televisión y en las redes sociales como un tík toker que buscara la celebridad como palanca para legar a la política. Lo ha conseguido y ha dejado a Pedro Sánchez y a su ministro de Exteriores fuera de juego en su apuesta por Massa.
Argentina ya es la otra cara de América Latina, el contrapunto al Brasil de Lula da Silva, el apoyo que necesitaba Nayib Bukele para echarle un pulso al Grupo de Puebla que encabeza el mejicano López Obrador y en el que encuentran cómodo refugio el chileno Boric, el colombiano Petro, el cubano Díaz Canel, el venezolano Maduro y el nicaragüense Ortega. Una buena noticia para Estados Unidos y el mundo financiero de Wall Street y una mala noticia para ese asesor estratégico en que se ha convertido nuestro ex presidente Rodríguez Zapatero.
Si Javier Milei y su hermana cumplen con lo que han prometido en campaña el futuro de Argentina y de la mitad del Continente Americano, desde Rio Grande hasta el glaciar de Perito Moreno no será igual. Quiere acabar con el peso como moneda y colocar en su lugar al dólar, quiere que desaparezca el Banco Central argentino, quiere ir mucho más lejos de lo que ha dicho y hecho nunca Donald Trump en Estados Unidos y, al igual que el empresario norteamericano y el actual presidente de Ucrania, Volodomir Zelensky, representa la imagen de la sociedad del siglo XXI que se ha hecho mayor sin que los políticos tradicionales se dieran cuenta.
Es el mundo digital el que ya decide las mayorías - en España apenas ha comenzado, más por falta de una oposición que lo entendiera que por la aceptación de la política gubernamental en los últimos cuatro años - y las masas que llamamos pueblo, que se han hartado de la clase política, están decididas a votar de forma radical. El futuro les importa menos que el presente. Ese mensaje que podían haber representado Podemos, por la izquierda, y Vox, por la derecha, lo han triturado Iglesias y Abascal con sus pactos con los dos partidos que llevan gobernando Españas desde 1977.
Milei, antes de triunfar en las elecciones, triunfó en la televisión. Vendió su imagen rupturista, sus patillas que recordaban a Carlos Saúl Menem, que ganó dos elecciones seguidas entre los agasajos de Felipe González y José María Aznar, que defendieron las importantes inversiones de algunas de las grandes compañías españolas, desde Telefónica al Banco Santander.
Los antiguos radicales y los modernos peronistas han sido aplastados por el economista más trotskista que han visto desde la Pampa a Buenos Aires. Menem, en su segunda Legislatura, se cortó las patillas y se cortó el pelo, se acomodó al sistema de partidos. Si el ganador del pasado domingo hace algo parecido obtendrá la misma respuesta por parte de sus conciudadanos.
España tiene mucho que perder en el plano económico y en el equilibrio político en el mundo de habla hispana. Argentina puede ser el sujeto de una nueva revolución de mucha mayor trascendencia que la del salvadoreño Bukele o convertirse en otra decepción.
Milei ha prometido reducir el peso del Estado, de la administración pública de las ayudas a los organismos estatales. Liberalismo llevado a su máxima expresión. Justo todo lo contrario de lo que ha hecho Pedro Sánchez. Puede que una de las razones que explican los dos comportamientos esté en la propia forma del Estado y de las normas constitucionales que los rigen. Aquí el nacionalismo lleva imponiendo sus deseos desde el mismo nacimiento de nuestra democracia; allí no existen.