El desafío sionista y Occidente
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El desafío sionista y Occidente

Abdel-Wahed Ouarzazi / Atalayar

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Desde el comienzo de la guerra contra Hamás por el macabro atentado del 7 de octubre pasado, me había negado a opinar. Pretendía mantenerme ajeno a toda consideración sobre un conflicto que siempre nos devuelve a la casilla de salida, es decir, a la ocupación de Palestina. Pero, visto lo visto, ha sido imposible ser insensible a las impresiones de cuanto ocurre en Gaza.

Y a quienes callan y depositan su fe en el sionismo, como hacen las “democracias” occidentales, yo les pregunto simplemente, ¿acaso no ven que esto no va ni de Hamás ni de liberar rehenes, sino de la exterminación de un pueblo, de su expulsión y de la anexión total de Palestina?

Expertos en seguridad no asumen el ataque de Hamás como algo sorpresivo, y se extrañan de que Israel no haya podido evitarlo estando la zona minada de detectores y radares por tierra, aire y mar. Otros, aseguran que Israel estaba al tanto de la operación que Hamás denominó “Diluvio de al-Aqsá” para vengar las continuas profanaciones israelíes de la Sagrada Mezquita.

Por otro lado, este genocidio de Gaza no deja de ser una cobardía de un Ejército que pretende ser el mejor del mundo, cuando resulta fácil colocar en la retaguardia a la sexta flota de Biden para bombardear a placer niños y mujeres. Alabo la valentía del secretario general de la ONU, Guterres, y de Pedro Sánchez al denunciarlo ante Netanyahu mientras Europa guardaba silencio. ¿Cómo se puede callar ante este atroz infanticidio que el papa Francisco calificó de terrorismo?

El desafío global de Israel, respaldado por Occidente, ignora impunemente más de 140 resoluciones condenatorias de la ONU por su política de colonizaciones y por los crímenes cometidos contra la población civil palestina. El Estado de Israel se encuentra en la ilegalidad desde 1948; gobernado continuamente por sionistas, fundamentalistas de la Torá, cuyo objetivo era y es la formación de un hogar en tierra palestina, por entonces colonizada por el Reino Unido. Lo que, por cierto, se logró tras el terrorífico atentado terrorista perpetrado por fanáticos sionistas, dejando cerca de 100 muertos en 1946 en el Hotel David donde los ingleses tenían su cuartel general.

Desde entonces, el sionismo ha ido aplicando las normas básicas de ocupación. Esto es, la expansión a territorios palestinos, Cisjordania y Jerusalén, con cerca de un millón de colonos armados en una fragrante ilegalidad o el Apartheid y los check-points que, desde hace décadas, impiden el movimiento de los palestinos hacia territorios ocupados con el fin de bloquear su desarrollo político, económico y social. Una pared de hormigón de unos 765 Km y vallas de varios metros de altura rodean y ocupan el territorio de Cisjordania y que la Corte Internacional de Justicia había calificado de ilegal.

Además, es el único Estado que persigue y condena ante tribunales militares a niños por tirar piedras contra tanques. Los encarcela y, cuando no, los mata con toda impunidad, lo que constituye una violación más de los derechos del menor. Además de violar intencionadamente el derecho a la información acallando con asesinatos, hasta ahora, a más de 110 periodistas en su ofensiva en Gaza.

El sionismo está llevando a cabo una limpieza étnica de manual con el fin de mermar el desarrollo demográfico de la población palestina. Bombardea civiles, niños y mujeres, que después remata en ambulancias a las puertas de los hospitales, además de centros hospitalarios, mezquitas y hasta cementerios que estallan desperdigando restos humanos. Ni siquiera las instituciones de la ONU y sus representantes escapan a esta macabra matanza (más de 100 funcionarios muertos).

Pero tanto desafío a la comunidad internacional es también síntoma de desesperación de un Netanyahu sin futuro político y sin apoyo ciudadano. Imputado por corrupción y agobiado por la inestabilidad política y por su fallido control del Parlamento con una ley totalitaria, tumbada recientemente por el Tribunal Supremo, había decidido, meses antes, huir hacia delante con la única perspectiva de conseguir rédito político ocupando la totalidad de Palestina.

Sin embargo, los planes sionistas de Netanyahu, como ocurría con sus antecesores, chocaban siempre con el escollo que suponía el último reducto palestino, la Franja de Gaza, para completar la anexión. La continua profanación de la Mezquita de al-Aqsá, tercer lugar sagrado del islam, era el cebo ideal para desatar la ira de Hamás; trampa en la que cayó acometiendo su macabro “Diluvio” que la Seguridad hebrea permitió deliberadamente.

De hecho, la liberación de los rehenes, tomados por Hamás, no ha sido ni es la prioridad de Netanyahu. No ha conseguido liberar a ningún rehén. Es más, mató a tres de ellos. Y ha dejado claro que no intercambiará los 132 rehenes que Hamás aún mantiene cautivos. Y, sobra decir, que Hamás fue creado y financiado por el propio Estado hebreo, y no sólo para debilitar a la OLP de Mahmoud Abbas, sino sobre todo para utilizar esta banda como excusa en el exterminio paulatino de palestinos, tras declararlo grupo terrorista.

Netanyahu confiaba en que la “normalización”, antes de solucionar el problema palestino, le permitiría dar pasos hacia una ocupación total y sin coste alguno, pese a que ninguno de los países árabes firmantes de los Acuerdos Abraham había renunciado a los derechos históricos de Palestina. Para estos países, la Mezquita de al-Aqsá es irrenunciable. Y la Franja de Gaza es parte íntegra del Estado de Palestina, junto con Cisjordania y Jerusalén Oriental.

El mundo es hoy testigo de un genocidio amparado por Occidente que la Corte Internacional de Justicia está deliberando a petición de Sudáfrica con muchos respaldos internacionales. Ni EE. UU. ni Europa han defendido, durante estos 75 años de violenta ocupación, los derechos civiles de los palestinos. Sólo reconocen el derecho de Israel a defenderse, legitimando así el crimen y la injusticia. Pero de esta Europa, “seguidista”, carente de personalidad política (Real Politik) no nos extraña nada, cometió y permitió el holocausto judío que ahora quiere corregir con este otro.

El enfado de los países árabes con EE. UU. primero, por no haber puesto ninguna línea roja a la respuesta israelí, y, después, con Netanyahu por haber cruzado lo inimaginable, es tal que se niegan a reconstruir Gaza si no hay una verdadera hoja de ruta hacia la creación del Estado de Palestina. Que Antony Blinken, de origen judío, proponga antes la reforma de la Autoridad Palestina como condición es, además de una tomadura de pelo, síntoma de que el conflicto continuará.

La anexión de Gaza sembrará más odio si cabe y hundirá al Estado hebreo en el descrédito internacional. Pondrá en peligro los Acuerdos Abraham y podría incluso crear un frente arábigo-islámico contra el Estado de Israel, Estados Unidos y Europa. Y no se descarta una crisis de petróleo y gas similar a la de 1973.

La crueldad inhumana demostrada por el sionismo se ha convertido en el pragmatismo de un Occidente, supuestamente civilizado, que sólo se esfuerza en contener a unos países árabes en cólera. Una práctica habitual que sincroniza con Blinken tras cada matanza israelí, pero sin condena alguna.

¿Hasta cuándo el desafío sionista a la comunidad internacional? Y, ¿hasta cuándo el bochornoso apoyo de Occidente a estos crímenes humanitarios?

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