La primera de las grandes batallas que sostienen los dos grandes partidos, sólo o en compañía, la ha ganado Sánchez con el primer paso legal de la Ley de amnistía. Quedan muchas más hasta el hipotético julio de 2027 en el que se terminará la Legislatura. Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, sin balas, sin tanques, sin destrucción de ciudades, están representando el conflicto de Ucrania en versión española. Ninguno de los dos busca la Paz o, al menos, una tregua de Estado ante los problemas que debe afrontar este país en competencia con el resto de Europa. No quieren prisioneros, sólo víctimas.
Llevamos más de treinta años (los ciudadanos) pidiendo a socialistas y populares que encuentren y pacten los temas que afectan a España, al margen del color del Gobierno de turno, e incluso que, para evitar la presión constante de las minorías nacionalistas, consigan un Ejecutivo de unidad nacional. Un imposible hasta hoy y parece que hasta nunca.
Ahora la amnistía se ha contaminado de la corrupción que trajo la pandemia, las prisas y las ambiciones monetarias de unos pocos. Son dos problemas que, como bien señala Gregorio Marañón hace unos días, no se estarán produciendo si Sánchez y Feijóo hablaran como hombres de estado y no ćmo agraviados, asaeteados líderes de partido.
Añadiré por mi cuenta que si las elecciones generales de julio del 2023 hubieran llevado a La Moncloa al político gallego, hoy no estaríamos enfangados en la corrupción de las mascarillas y no siquiera existiría el “problema Puigdemont”.
Batalla tras batalla que vamos a contemplar mientras Europa girará aún más a la derecha en el mes de junio y estará mirando al futuro inquilino de La Casa Blanca para ver qué camino tomar. España y sus problema internos, que son de una minoría de políticos y otra minoría de posibles delincuentes, aparece ante los ojos de sus 26 socios europeos y de los grandes actores de la globalización, como una país débil en el que se pueden hacer y conseguir grandes negocios.
El caso de la OPA sobre Talgo por parte del gobierno de Orban (que ya levantó sus vetos a la entrada de Suecia en la OTAN ) es un buen ejemplo. Habrá más y con cada vez mayores dificultades para defenderse de la implacable ley del mercado en una economía liberal como la que impera en Occidente.
La amnistía ha dado un paso, al igual que lo ha da dado la Ley de Presupuestos. Queda el Senado, que alrgará los plazos todo lo que pueda merced a la mayoría absoluta de la que goza el PP, y queda todo el estamento judicial, de los jueces de forma individual, y del CGPJ al Supremo y al Constitucional, a los que habrá que sumar los recorridos que tenga en los órganos europeos. Un muy largo camino antes de que finalice esa guerra. Una batalla a la que acompañan otras muchas. Una sucesión interminable de bombardeos contra el poder y del poder contra la oposición.
La federalización cada vez más acentuada de las estructuras políticas que son loos partidos conduce al fin del centralismo que ha imperado en España. Ni el PSOE de Pedro Sánchez, ni el PP de Núñez Feijóo pueden evitar que an las 17 Comunidades Autónomas sus compañeros de partido, los líderes regionales, se alejen de las proclamas de la dirección nacional y opten por posiciones propias para defender sus propios poderes.
Es imposible que Sánchez pueda obligar a García Page o a loos sustitutos de Lambán a obedecer y seguir las directrices de Ferraz o del Gobierno. Y lo mismo podemos decir de Juanma Moreno o Isabel Díaz Ayuso respecto a Feijóo.
Puede que haya un final a la guerra antes de julio de 2027 o puede que haya que esperar a un nuevo resultado de las urnas en esa fecha. Lo que se ve como un imposible es que las heridas que se están produciendo y se van a multiplicar, hasta de forma personal, puedan enterrarse en el olvido.