Cinco socialistas reunidos a comer en Toledo para hablar de sus cosas y de su partido no debería ocupar titulares nacionales como si de una conspiración se tratara, pero lo ha hecho. El presidente de Castilla La Mancha y tres de sus colaboradores más cercanos se han sentado en uno de sus restaurantes históricos de la antigua ciudad imperial con Felipe González.
Es el ex presidente del Gobierno de España y ex Secretario General del PSOE el que coloca la comida en el terreno de los pronunciamientos internos del partido. La comida se convierte en una declaración contra Pedro Sánchez, sin que exista declaración alguna. Es un mensaje entre dos generaciones de socialistas en contra del poder al que eligieron hace siete años.
Ni a Felipe González, ni a Emiliano García Page les gusta Pedro Sánchez, ni les gusta el Gobierno que preside, ni les gustan los acuerdos con el nacionalismo independentista, prácticamente no les gusta nada de lo que está haciendo su “jefe” y los dos creen que de seguir por ese camino el desastre del socialismo será una catástrofe anunciada.
No están solos en su desconfianza hacia el inquilino de La Moncloa, les acompañan dirigentes de Valencia, de Extremadura, de Aragón en una caravana de intereses que , haga loo que haga Sánchez, va a convertir el centralismo que impuso Felipe González en el PSOE a comienzos de los años 80 del siglo pasado, en todo lo contrario, una suerte de taifas políticas con intereses contrapuestos, todo ello bajo un mismo nombre pero con apellidos.
El presidente manchego siempre se ha mostrado contrario al liderazgo de Sánchez y es de los pocos que siguen con poder autonómico tras el desastre del pasado mes de mayo. Su apuesta por la Secretaria General era la andaluza Susana Díaz, pero perdió. Ahora se siente más cercano a los postulados del Partido Popular y muy alejado de lo que significa la amnistía y el perdón para los dirigentes del catalanismo.
Sus críticas son constantes y públicas. Reivindica la existencia de otro PSOE, tan alejado del marxismo que representan Sumar y Podemos, como del independentismo de Junts y ERC o del renovado PNV. El expresidente González dice lo mismo. La diferencia está en el futuro.
García Page aspira - como es lógico - a presidir el Gobierno nacional de la misma manera que lo quiso intentar José Bono, al que derrotó de forma inesperada un hasta entonces casi desconocido José Luís Rodríguez Zapatero. El invitado González no piensa en volver, tan sólo influir. La comida tan publicitada como la “reunión de los dos pesos pesados del PSOE del ala crítica”, tiene tantas reminiscencias del pasado que mueven más a la nostalgia y al miedo propio que a una auténtica alternativa interior en el PSOE.
Más distanciado, pero muy interesado en el desenlace, está el otro socialista que consiguió la presidencia del Gobierno, en la que estuvo durante siete años. Es el máximo defensor de Pedro Sánchez y su asesor preferido. González y Zapatero representan dos modelos de actuación política y dos mundos de intereses internacionales.
El primero es claramente un liberal muy pegado a los intereses de Estados Unidos y las grandes corporaciones internacionales; el segundo encontró en la creación latinoamericana del Grupo de Puebla el mejor de los caminos para desarrollar influencia y negocio en los países que regresaban a las bases de la vieja revolución bolivariana, camino que aparece en estos últimos meses con serios defectos en su estrategia tras los triunfos de Miles en Argentina y Bukele en El Salvador.
Esa guerra abierta, que no es nueva en la izquierda socialista - basta recordar la salida de Alfonso Guerra del Gobierno tras su enfrentamiento con el entonces presidente - es la mejor baza que tiene el Partido Popular de Núñez Feijóo para regresar al poder y permanecer varias Legislaturas en el mismo. Las consecuencias para los ciudadanos de un derrumbe del PSOE irán más allá de lo que significan unas siglas, comportará un desequilibrio en la propia estructura de nuestra Democracia.