Días más tarde la formación que había liderado Jordi Pujol durante veinte años dejaba el poder pese a sus 46 escaños, y el socialista Pascual Maragall, con 42 parlamentarios, se convertía en presidente de la Generalitat gracias al apoyo de los 23 asientos que había conseguido ERC. Empezaba un nuevo capítulo en las relaciones entre el independentismo catalán y el Gobierno central que explican la degradación de la situación actual veinte años después.
Es más que posible que sin la frase de Zapatero, el “tripartito catalán” que formaron Pascual Maragall por el PSC, Josep Lluis Carod Rovira por ERC y Joan Saura por la coalición de IU y los Verdes no se habría formado, ni Artur Más habría abandonado el Palau de la Generalitat.
Han pasado veinte años, la presencia nacional e internacional del expresidente socialista es apabullante como máximo defensor de Pedro Sánchez, y las próximas elecciones catalanas dejarán la misma duda que tuvieron los dirigentes de los principales partidos en aquel ya viejo noviembre: ¿pactarán PSC y ERC?, ¿pactarán ERC y Junts?, ¿conseguirán Los Comunes mantener el resultado que les llevó a ser imprescindibles para dejar fuera del gobierno de Cataluña a la derecha?.
Carles Puigdemont quiere volver para intentar ser de nuevo president; Junqueras y Aragonés intentan impedírselo y Salvador Illa, que se siente ganador, tendrá que ceder más terreno del que ya ha cedido Pedro Sánchez a los independentistas si quiere emular a Pascual Maragall.
La ambición de Rodríguez Zapatero y de Sánchez de “pasar a la historia de España” como los dirigentes que supieron resolver un problema que llevaba enquistada en la política española desde desde hace 300 años, el catalán, es más un sueño personal que una posibilidad estructural de otra España. Para conseguirlo, el camino que emprendió uno y ha seguido otro es el equivocado.
Las reformas constitucionales necesarias son imposibles sin los acuerdos entre la izquierda y la derecha que gobiernan en toda España, incluido el País Vasco y Galicia. Así lo vió Ortega y Gasset hace cien años y puede que se equivocara. Lo cierto es que por el camino que lleva la España de 202, con enfrentamientos que han traspasado la política y han llegado a los ataques familiares y personales, es más fácil que regresemos a lo que fueron los reinos medievales del siglo XV o lo que “solucionó” la monarquía de los Habsburgo hasta el inicio del XIX.
Enfrentadas todas las instituciones que conforman y mantienen a los estados modernos, con las dos Cámaras legislativas enfrentadas entre sí; con las Fiscalías y fiscales enfrentados entre sí y con el Ejecutivo; con recursos jurídicos en marcha que dilatan las tomas de decisiones y remiten a los órganos europeos lo que no saben resolver en el ámbito interno del país; y con un conflicto militar en Europa que hace retroceder al Viejo Continente a los años previos a las dos grandes guerras que lo asolaron, no existe mucho espacio para la esperanza, aunque sea lo último que debemos perder.