Se alimentan los medios de comunicación, nos alimentamos los periodistas de las peleas de taberna que protagonizan cada día los representantes del pueblo. Vemos cada día sus caras crispadas, sus insultos, sus descalificaciones, sus deseos de acabar con los adversarios. Justo lo contrario de lo que la mayoría de lo¡s ciudadanos desearíamos de aquellos que hemos elegido para servirnos, con el Gobierno a la cabeza, con el presidente del mismo a la cabeza, cumpliendo con su misión de buscar el acuerdo, el pacto, el diálogo con la oposición, por más brava y poco justa que crea que se está comportando.
El próximo 28 de marzo se cumplirán 82 años de la muerte en la prisión de Alicante del poeta Miguel Hernández. Poeta y militante comunista, protegido por otros escritores y poetas de la llamada derecha conservadora como Sánchez Mazas y José María de Cossío, que lograron a través del general Varela que Franco cambiara la pena de muerte que le había impuesto el tribunal por la de cadena perpetua; defendido en la distancia de otro Continente por Pablo Neruda, y alejados por miedo de aquellos que consideraba más cercanos, dejó escritos 17 versos que se pueden aplicar hoy, en su literalidad y tanto por la derecha más derecha como por la izquierda más izquierda, para defender la unidad social y política de España.
“ Vientos del pueblo “ deberían, si los leyeran, a los dirigentes de todos los partidos, incluidos los nacionalistas más nacionalista, a reflexionar sobre lo que ha unido a los pueblos que conforman la riqueza cultural, histórica, social y política de este país. Desde Asturias a Valencia, desde Andalucía a Cataluña, desde Galicia a Murcia, desde la amplia y diversa Castilla al último lugar de Aragón. Cada uno tiene en esos versos una característica propia que permite unirla al resto, que se complementa con todas las demás.
Miguel Hernández murió con 31 años en el penal de Alicante enfermo de tuberculosis, apenas unos días después de haberse casado por la iglesia con Josefina Manresa, su esposa civil desde hacía muchos años. Dejó su testamento literario para las generaciones siguientes, fuese quien fuese el lector del mismo y del color partidista en el que militase. El pastor perito en lunas ya había representado a España en el Congreso de escritores que organizó Stalín en la entonces llamada “patria de los trabajadores” y había escrito los correspondientes elogios al dictador ruso tras pasar un mes viajando entre la entonces Leningrados y Moscú.
También - ironías de la historia - entre la pujante e industrial Jarkov y la que luego se convertiría en capital de Ucrania, Kiev. La “fábrica ciudad”, así llamó a la primera Miguel tras recorrer sus calles, tiene un lugar destacado en los versos que dedicó a la Rusia de 1937, a la que conoció, no a la que convirtió en una “dictadura unificada” Stalin, sobre todo tras el fin de la II Guerra Mundial.
El poeta murió por no renunciar a sus ideas tras un largo peregrinaje de cárcel en cárcel tras ser detenido por la policía portuguesa de la localidad de Moura y ser entregado al vencedor de la Guerra Civil. Estrategia del dictador Salazar para “nada y guardar la ropa” entre la Alemania nazi y la Gran Bretaña asentada en Gibraltar. Una vela a Dios y otra el diablo que le funcionó al primer ministro luso y que se convirtió en el mejor de los ejemplos para Francisco Franco y los “pequeños apoyos” que le ofreció a Hitler para el frente ruso desde la División Azul.
Leer y volver a leer su historia, sus viajes, sus amigos y adversarios, sus ideas políticas y sobre todo sus poemas ( por encima y por debajo de sus creencias políticas y su militancia comunista ) son un buen resumen de la propia historia de España que desembocó en la guerra de españoles contra españoles. Desde su Orihuela natal hasta la Rusia de los soviets pasando por París, desde las influencias poéticas de San Juan de la Cruz a las de Mayakovsky, ´desde el corazón a la garganta. Sin el yugo de los bueyes y sin la fiereza salvaje de los leones.
Ahora, a dos meses de que las elecciones en Euskadi y Cataluña decidan si el Gobierno de Pedro Sánchez puede o no durar otros tres años, podrían mirar los dirigentes políticos a ese retrato unitario que hizo Hernández de los vascos de piedra blindada, de los catalanes de firmeza, de los andaluces de relámpago y de los gallegos de lluvia y calma. Dejó a los castellanos, de aquella Castilla que recibió como herencia de la historia, como un pueblo labrado por la tierra, al igual que plantó el centeno entre los extremeños y la casta en los aragoneses. Aquellos versos que han cantado desde el Victor Jara chileno al que la dictadura de Augusto Pinochet amputó sus manos hasta el grupo Charca que convirtió la “libertad sin ira” en la mejor de las banderas posibles para cualquiera país y cualquier democracia.
Murió Miguel a las 5,32 de la madrugada del 28 de marzo de 1942. Siempre quedó su voz, a veces como un eco lejano, otras como un mensaje de futuro. Los poetas son capaces de hablar a la luna y llorar por el amigo muerto y el hijo recién nacido. El lenguaje de los políticos entre los que vivió y los que han sucedido a aquellos se afanan por enterrar ese lenguaje. Siempre con la excusa de lo posible, de la necesidad del hoy, del hambre por alcanzar el poder, por la avaricia, por todos y cada uno de los siete pecados capitales. Recordar hoy los versos de uno de ellos es la mejor forma de recordar lo exigir a los que deciden sobre la suerte de 48 millones de españoles que hace noventa años plasmó en 17 versos lo mejor de España.