Mirando en retrospectiva, la sincronización monetaria dejó la temida guerra de divisas inversa en algo modesto. También los primeros pasos de la actual relajación monetaria estarán sincronizados, pero ¿y después ?
Si nos basásemos en los llamados fundamentales de las economías, habría una larga lista de bancos centrales que ya deberían haber comenzado a recortar tipos y tendrían que hacerlo de modo mucho más agresivo que la Reserva Federal. Esto incluye por supuesto al BCE, pero también al Banco de Inglaterra, y a otros como por ejemplo los bancos centrales de Suecia, Noruega o Canadá.
Todos ellos intentaron igualar el endurecimiento que la FED lanzó en 2022, a pesar de que sus economías se encontraban en una posición de partida más débil y eran mucho más sensibles al incremento de los costes de endeudamiento. En retrospectiva, esta sincronización dejó la temida "guerra de divisas inversa" en algo bastante modesto.
Ahora que la Reserva Federal se resiste al recorte, los mismos que se vieron obligados a perseguir a los norteamericanos en su ascenso, son reacios a apartarse de la política estadounidense. Amparados, o quizá escondidos, tras una visión pesimista de la dinámica de la función de oferta, (guerras, demografía, restricciones, energía, salarios…) muestran su preocupación por los peligros de una relajación prematura, quizá acentuada porque su propio proceso de desinflación ha ido por detrás de la experiencia de los norteamericanos.
Así pues, al menos por ahora, parece que los primeros pasos del ciclo de relajación monetaria estarán también bastante sincronizados entre los distintos países, de modo que, durante un tiempo, la situación en los mercados de divisas no aparenta estar bajo la sombra de una inminente amenaza. Extrapolar más de lo mismo más allá de estos primeros pasos es algo a lo que no es prudente abonarse. Las divergencias existen y es algo que los bancos centrales tendrán que gestionar, y sus divisas, reflejar. Los movimientos corales serán cada vez menos, y en un mundo inestable, sujeto a situaciones y personajes políticos como los que hay y otros más que pueden venir o regresar, los bancos centrales no tendrán más opción que ir más allá de lo que hasta ahora han querido hacerlo en la gestión de sus riesgos.
UN SOLO EJEMPLO
El director de la Oficina Presupuestaria del Congreso de Estados Unidos (CBO), organismo independiente de control fiscal, señalaba estos días a FT el riesgo de una trayectoria fiscal como la norteamericana. No le tembló el pulso a la hora de calificarla como algo “sin precedentes” para advertir del riesgo de una crisis como la registrada en Reino Unido en 2022 a consecuencia del anuncio de la entonces primera ministra de un presupuesto que quería combinar mayor gasto y menores impuestos.
Ninguno de los dos candidatos a las presidenciales de noviembre se muestra particularmente sensible al desequilibrio fiscal, y las proyecciones de la CBO contemplan déficits que rondan el 6% los próximos 10 años, aun asumiendo la expiración de los programas de recortes de impuestos que en su momento decretó Trump y que vencen en 2025. Recordemos que después de haber perdido el rating AAA por S&P en 2011, en 2023 hacía lo propio Fitch, y aunque Moody´s la mantiene, cambió su perspectiva a negativa a finales del año pasado.
Es solo un ejemplo de lo que hay más allá de este plácido periodo de sincronización en el que el papel del dólar como moneda de reserva mundial protege a los norteamericanos de sus desequilibrios, y a su sombra, a todos los que se apelotonan detrás. Pero nada es para siempre. ¿Lo tienen en cuenta en el BCE?