Todo lo que ha hecho el BBVA para “quedarse” con el Banco Sabadell es un disparate desde el punto de vista financiero. Hablar de fusión entre las dos entidades sin que previamente no se reunieran en secreto los máximos responsables y acordar las valoraciones de intercambios, los tiempos y la forma de hacerlo público, iba en contra de todas las normas establecidas para estos casos. La única explicación, dando por sentado que tanto Josep Oliu como Carlos Torres, atesoran la máxima experiencia financiera como presidentes, es la intervención política por parte del PNV, por un lado, y de Junts por otro.
No tener en cuenta las inminentes elecciones catalanas y la utilización de la posible fusión como un elemento más de la pugna entre los partidos, sobre todo los nacionalistas, empezando por la Junts de
Carles Puigdemont y terminando por los Comunes de
Ada Colau, con la ERC del duo
Junqueras/
Aragonés por medio, era de una ingenuidad rayana en la incompetencia, salvo que desde la propia cúpula del súper banco vasco se quisiera que la operación fracasara y que el estratega
Onur Genç le susurrara al oído de su presidente la mejor forma de hacerlo.
Desde Euskadi, tanto los dirigentes del PNV como los de Bildu, sueñan desde siempre en controlar su gran banco. Les estorbaba la presidencia del gallego Francisco González y aprovecharon su imputación para dejar que su segundo de entonces, Carlos Torres, le sucediera en la presidencia creyendo que se trataría de una solución temporal a la espera de que un vasco aterrizara en el poder. Puede que fuera José Jon Imaz, que era de la “casa” u otro con similar experiencia de conjugar la política y las finanzas.
Desde Cataluña ocurría y ocurre algo parecido, pero con una diferencia importantes: mientras la diferencia entre BBVA y Kutxabank es astronómica, pese a las buenas relaciones que se tienen desde la antigua “Caja” y una de las grandes empresas españolas de carácter NYer nacional; no sucede lo mismo entre CaixaBank, como uno de los tres grandes bancos de carácter estatal, y el Banco Sabadell, sometido desde hace años a todo tipo de rumores sobre la necesidad de una fusión o absorción como salida a su endeble salud financiera y el desplome del valor de sus acciones en la Bolsa. Dos magnitudes muy distintas que siempre han tenido una proyección en la vida política, tanto de sus autonomías como a nivel de todo el Estado.
Defender el carácter catalán del Sabadell es para los dirigentes independentistas una cuestión de influencia y poder, algo que cambiará en sus equilibrios tras las elecciones del próximo domingo, con la segura victoria de los socialistas y la necesidad de Salvador Illa de buscar acuerdos para pode formar gobierno. Y defender la posible expansión del BBVA en España desde Cataluña era y seguirá siendo una ambición de los dirigentes políticos vascos, máxime ahora cuando el ascenso electoral de Bildu han convertido a esa formación en una parte indispensable de la balanza en el futuro político del Gobierno de Pedro Sánchez.
Si Carlos Torres y Josep Oliu hablaron hace semanas de “darse una segunda oportunidad” para fusionar sus entidades, con el apoyo del consejero delegado turco - a tener muy en cuenta el origen de Onur Genç y del Garenti BBVA en la coyuntura política europea y la posición del presidente Erdogan - y de su igual Cesar González Ruano, desde el otro lado de la red, por emplear un símil tenístico, se hace difícil de entender los siguientes pasos que dieron. Ahora no era el momento de plantear la absorción/fusión, que iba a ser contestada desde los partidos implicados y desde los sindicatos.
La reestructuración de la entidad resultante, que se convertiría en el primer banco de España sería inevitable, con la consiguiente reducción de oficinas y personal. Es lo que ha ocurrido en todas las ocasiones parecidas, las últimas la del Banco Santander con el Popular y la de CaixaBank con Bankia, ambas hechas en otras condiciones y partiendo de situaciones distintas.
La del Santander se basó en la lucha interna del Popular y la mala situación de la entidad que dirigiera con sabiduría y mano de hierro Luis Valls, mientras que la de CaixaBank fue una fusión de manual en la que tanto Isidre Fainé y Gonzalo Gortazar como Ignacio Goirigolzarri fueron impecables en la negociación previa, en el diseño de la “hoja de ruta” para que no aparecieran obstáculos insalvables como para contar con la aprobación previa del Gobierno central y del Gobierno de la Generalitat.