Un auténtico festín, una “grande bouffe” política, una comilona preparada a conciencia y servida por un “maitre” tan eficaz como Pablo Motos en su restaurante televisivo es la que se dió el expresidente del Gobierno y ex secretario general del PSOE, Felipe González, en la noche del jueves. Una hora de máxima audiencia en la que descalificó desde el principio y con una copia de la Constitución en la mano (con la otra jugaba con sus gafas o se mesaba su blanca melena), al actual presidente socialista y al anterior presidente socialista. Pedro Sánchez recibió el mayor de los ataques que le podían hacer desde su partido, pero aún más duras fueron las descalificaciones hacia Rodríguez Zapatero y su herencia maldita cuando perdió el poder.
El político sevillano mantiene su facilidad para conectar con el público y más si éste es mayoritaria,mente jóven, conoce poco o nada de la historia de. España de los últimos cuarenta años y disfruta cuando percibe que el plató se ha convertido en un cuadrilátero en el que un boxeador se lía a mamporros con otros compañeros que ni siquiera están presentes.
Sánchez y
ZP convertidos en dos sacro donde golpear una y otra vez con comodidad ya que nos se esperan respuestas.
Felipe González hizo gala de sus mejores armas, interpretó la actualidad de la forma que más le convenía, analizó los comportamientos de sus todavía compañeros de partido a su manera y logró lo que se proponía desde hace meses: pedir sin pedir que
Pedro Sánchez se fuera de La Moncloa, que
Zapatero dejase de presionar a su sucesor y dejase de competir como portavoz del Gobierno.
No dejó nada al azar. Defendió a Salvador Illa y menospreció a Puigdemont y Junqueras. Recordó sus ambiciones de ganar por mayoría absoluta en las elecciones y alejarse del poder si se perdía y antes de tener que pactar y “mendigar” apoyos extraños. González se apuntó todos los méritos, nacionales e internacionales, y ya es el mayor defensor de Núñez Feijóo y el PP de cara al inmediato futuro. El ex presidente es uno de los conspiradores, en soledad o en comunicólogo de objetivo con otros, que desean, organizan, buscan e insisten en que Pedro Sánchez no termine la Legislatura el frente del Gobierno. Le da igual que se repitan elecciones o que se ponga en marcha un golpe palaciego dentro del PSOE para cambiar de lider.
Disfrutó del espectáculo que había montado Pablo Motos en Antena 3 con él como única estrella. Era un partido de futbol sin portero, un partido de tenis sin contrario en la pista, un combate de boxeo en el que el oponente sube la ring sin guantes, con una mano atada a la espalda y con un manager que le va diciendo todo lo que no debería hacer, tanto a nivel nacional como internacional. González se apuntó el primer intento de paz entre árabes e israelitas con la Conferencia de Madrid, organizada en apenas diez días. Háblalo de Gorbachov, de Bush padre, de Arafat y de Isaac Rabin. Una lección de relaciones personales y conocimiento de la política internacional y de lo que se puede y no se puede hacer. De paso para darle un bofetón a la vicepresidente segunda y líder de Sumar.
Un gran espectáculo de onanismo político, con muchas verdades y muchos reproches en el que lo único que salvó González fue su gestión durante casi catorce años al frente del Gobierno, incluída su pérdida en las elecciones del 1996, que casi ganó -me faltó una semana de campaña, dijo entre sonrisa va y sonrisa viene ante José María Aznar. A Feijóo y la actual PP no le mencionó. Apenas una reflexión final: que permitiera, junto al PSOE, la renovación del Poder Judicial a través del CGPJ, eligiendo a los magistrados, poniendo un plazo para el acuerdo entre los dos grandes partidos o sometiendo a solteo una lista de cincuenta nombres de destacados juristas.
Para que nada faltara le recordó a la actual clase política y sobre todo al presidente del Gobierno que la familia debe quedar fuera del debate, que no se pued estar cinco días de “recogimiento” para luego ir al Rey y decirle que sigue al frente en lugar de marcharse. Para demostrar que sabe de historia de España trajo al escenario, para despedirse, una frase de otro presidente de Gobierno durante el Reinado de Alfonso XIII, Antonio Maura, que estuvo como primer ministro cinco veces en apenas cinco años, un ir y venir en la confianza del Rey, navegando entre liberales y conservadores, entre Ssagasta y Cánovas, entre espadones como Primo de Rivera y deseos militares de la Reina María Cristina: “una cosa es gobernar y otra estar en el Gobierno”. Los aplausos de las hormigas le hicieron feliz.