A los políticos en el poder les pasa lo que a los grandes actores cuando piensan que el éxito que han alcanzado es eterno. Le ocurrió a Felipe González aunque al final una “derrota dulce y oportuna” le salvó por lo pelos de acabar en la cárcel en 1996.
Aznar y Zapatero supieron o pudieron retirarse a tiempo y no se empeñaron en seguir adelante cuando las cosas comenzaron a ponerse difíciles, especialmente el segundo, que le dejó la tostada caliente a Pérez Rubalcaba con un PSOE por los suelos,
Pedro Sánchez sabe que cada vez las cosas se van a poner más difíciles pero tiene asumido eso de que el que “resiste gana” y se ha empeñado en demostrar al mundo de su intención de seguir en el alambre mientras sus fuerzas se lo permitan o no llegue un juez que le haga caer.
El líder socialista se ha convertido así en un funambulista que se sube una y otra vez al alambre sin más red que la que le ofrecen, por ahora, sus socios de investidura, unos socios que a su vez tienen sus propios problemas internos y que no pueden prometerle ya que vayan a protegerle porque no son dueños absolutos de sus fuerzas.
Ni Yolanda Díaz está segura de cuáles van a ser los comportamientos de sus organizaciones asociadas, En Comú, Compromis o Mas Madrid; ni ERC sabe cual va a ser la respuesta de sus propios votantes y mucho menos de si podrá controlar a Puigdemont . Si a Mariano Rajoy, otro que no supo irse a tiempo, le arrojó fuera de la Moncloa un PNV al que había concedido todo lo que le pedían los dirigentes vascos, a Sánchez le puede pasar algo parecido en cualquier momento y entonces se lamentará de no haber aprovechado la derrota dulce que sufrió el 23 de julio de 2023 para haberse ido sin tener que pasar las penalidades que está sufriendo y las que les quedan