Los resultados electorales en los Estados Unidos tienen un reflejo claro en algunos países europeos donde la reacción de sectores de la población contra la imposición por parte de grupos supuestamente progresistas de un discurso, un relato, unas medidas y, en definitiva, una transformación de la sociedad apunta y explica el incremento del respaldo de lo que se denomina extrema derecha
No es más que recoger el hartazgo de buena parte de los ciudadanos ante el dominio de ciertas minorías sobre la mayoría. Hablamos de ecologismo radical, de feminismo extremo, de identidad de sexos, de cuestiones que tienen, sin duda, su relevancia, pero que no pueden estar condicionando permanentemente la agenda de la mayoría y, sobre todo, con medidas populistas para ganar votos que erosionan cada día más los intereses generales y la convivencia.
Se deshojó la margarita y todos intentamos entender para poder analizar por qué Donald Trump ha ganado las elecciones presidenciales en los Estados Unidos con tanta diferencia en estados denominados bisagra, indecisos, donde las encuestas vaticinaban mucha igualdad.
Podemos centrar la atención en los norteamericanos que han optado por el candidato que ofrecía mayores certidumbres e ideas claras en los asuntos más delicados de la vida diaria de la gente. Y no solo nos referimos al ámbito rural o al industrial, también en grandes ciudades se ha elegido a un candidato muy peculiar, un populista autoritario que no tiene la más mínima vergüenza en mentir cuando se trata de destrozar al enemigo.
Sí, sí, enemigo. Hasta aquí ha llegado la polarización y la tensión en la política de la mayor democracia del mundo. No se trata de adversarios o contrincantes políticos con otras ideas y propuestas que puedan ser una alternativa a las imposiciones de un Trump que ya había advertido que acusaría de robo y fraude a la Administración del presidente Joe Biden si no era el gran vencedor.
En este ámbito, los insultos más descarnados hacia su oponente demócrata, Kamala Harris, han sido la tónica bochornosa. El más mínimo respeto ha desaparecido. Sus excentricidades subían de tono y sus apoyos en las encuestas a medida que salía de los juzgados con alguna condena mientras lograba aplazar casos vergonzantes. Y ya no sorprendía cuando decía que no le importaba que dispararan contra los periodistas.
Proteccionismo comercial, rechazo al multilateralismo, poner en cuestión a la OTAN, guerra a China y supuesta buena relación con Putin. Son algunas claves de Trump sin olvidar su apoyo al primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu. Y por si acaso le hiciera falta, alguien se ocupa de intentar asesinarle. Frente a este rápido resumen de graves inconvenientes para ser presidente en cualquier país mínimamente coherente nos encontramos con una apuesta clara por la economía de las familias, bajar el coste de la cesta de la compra, asegurar los puestos de trabajo en las empresas industriales y la puntilla ha sido la seguridad frente a la inmigración. Gran paradoja, algunos latinos instalados le votan y cierran la puerta a sus compatriotas.
El mensaje histriónico de Trump ha sido eficaz y directo frente a la campaña progre de una Kamala Harris que subió en marcha a un tren de alta velocidad y se preocupó más de lo que se denomina generación “woke”, los modernos pendientes de los trans, otras minorías y el aborto instalados en las clases altas en medios de comunicación, tecnológicas y productoras de cine y series, entre otros estamentos privilegiados, que de ofrecer medidas claras y convincentes para el ciudadano de a pie de cualquier estado.
Por no hablar de la imposición ecologista radical de una agenda que se está demostrando que tiene efectos contraproducentes. Eso lo hemos sufrido los españoles en Valencia. No se pueden tocar los montes porque hay que preservarlo todo. Después vienen los incendios y las inundaciones con el agua cargada de metralla medioambiental. Estamos asistiendo a la imposición ideológica radical de unas minorías y resulta que en Estados Unidos un presunto impresentable ha sido respaldado por una gran mayoría que demuestra estar harta de tanta supuesta y absurda modernidad que solo beneficia a unos pocos que están dejando de ser influyentes.
Y, como se suele decir, Estados Unidos anticipa lo que ocurre después en Europa. Cuando estornuda, nos resfriamos. Y el fenómeno Trump se exporta fuera de los Estados Unidos. Ya se está ocupando el próximo inquilino de la Casa Blanca con la Fundación Heritage. Lo estamos sufriendo en numerosos países europeos donde la reacción a los postulados de las minorías de la extrema izquierda provoca el ascenso de la extrema derecha porque los partidos tradicionales no saben, ni quieren mantener principios y valores básicos, de toda la vida, y miles de ciudadanos apuestan por los que plantean soluciones radicales y levantan más la voz y manipulan las redes sociales.