“Fluctuat, nec mergitur” es el lema que figura en el escudo de París. Se traduce como "Es sacudido por las olas, pero no se hunde". Simboliza la capacidad de la ciudad de resistir y superar desafíos a lo largo de su historia. En ausencia de un factor desencadenante, a los mercados les resulta cómodo ignorar algunos hechos durante mucho tiempo. Desde la crisis financiera mundial, y eso son muchos años, Francia ha conseguido endeudarse prácticamente al mismo coste que Alemania. Sin embargo, registra déficits públicos muy superiores y acumulaba un enorme nivel de deuda, tanto el sector público como el empresarial. Pero nada es eterno, “Nihil perpetuum est”. El término de “privilegio exorbitante” que Giscard d’ Estaing acuñó respecto al dólar bien puede aplicarse al que ha disfrutado Francia, a rebufo de Alemania, en el seno de la Unión Europea.
La crisis política francesa aparenta asomar al país al precipicio de una crisis fiscal. Con el diferencial frente al bono alemán en su nivel más alto desde la crisis europea de 2012, superando incluso en diferencial a Gracia, la situación es de salida incierta y compleja, aunque paradójicamente los mercados se muestran razonablemente tranquilos.
Pagar durante un tiempo un punto más que Alemania no solo es un drama en una deuda pública que supera los nueve años de vida media, sino que habría de ser incluso la norma cuando las diferencias de solvencia entre uno y otro país están a la vista. Podría discutirse si un punto es suficiente y hasta donde puede aguantar la paciencia de los “vigilantes de bonos” a que se vislumbre una solución que no sea aventura inmediata.
La constitución permite al presidente de la república imponer un presupuesto por decreto, aunque para ello sea preciso argumentar que está en juego la continuidad del Estado francés. No habríamos de llegar a tanto.
Otra posibilidad, no menos extrema, es que presente su dimisión y entonces serían los votantes a los que, como a los mercados, no les gusta afrontar la realidad económica, decidan dar el poder a cualquiera de los dos extremos, votando, como dice The Economist, por “las fantasías que promueven los extremistas.
El BCE, que se reúne el jueves de esta semana, seguro que está revisando su fontanería por si ha de poner en marcha en algún momento que aún no parece próximo su Mecanismo de Protección de la Transmisión (TPI) creado en julio de 2022, y respaldar así al mercado de bonos francés si las condiciones lo exigen.
Más que un diferencial concreto frente al bono alemán, lo que desataría utilizar este recurso sería un desorden en los mercados que, en opinión del BCE, dificultase la transmisión de su política monetaria.
Seguro que en la rueda de prensa del jueves, más que sobre las razones del casi cierto anuncio de su cuarto recorte de este año en otros 25 puntos básicos (esperemos que no haya sorpresas aquí), la presidenta será preguntada por este inédito mecanismo, probablemente diseñado con el ánimo de no tener que ser utilizado. Y mejor que no.
Los mercados van a vivir semanas tensas y habremos de ver hasta qué punto los extremistas están dispuestos a derribar a un nuevo gobierno y aparecer como responsables de una crisis tan compleja y de ignotas consecuencias para el futuro del euro. Este, de momento, aunque inquieto, aparenta tranquilidad, reflejando quizás el lema de la ciudad de Paríos, “Fluctuat, nec mergitur”.