La política catalana sigue marcando los pasos del gobierno, pero si hace unos años era un drama y a veces a punto de convertirse en tragedia, ahora la obra teatral gira cada vez más hacia el sainete con centro en Waterloo donde Carles Puigdemont trata a toda costa ganar la batalla nacionalista frente a su peor enemigo, Oriol Junqueras, que ha vuelto a recuperar el liderazgo de Esquerra Republicana.
Tanto el líder de Junts, como el de ERC saben –como ha reconocido en la intimidad Jordi Pujol- que el gobierno español solo puede conceder, como hace con el País Vasco, transferencias autonómicas en un largo caminar hacia una España federal, muy lejos de cualquier referéndum de independencia. Transferencias las que quieran y cuando quieran, pero sin más, cosas que, por otra parte, podrían lograr, dada la situación también con un gobierno del PP que se encontrase en la misma situación que ahora el de Pedro Sánchez. Si lograron en 1996 que Aznar hablase catalán en la intimidad, otro tanto podría conceder el gallego Alberto Núñez Feijóo.
En el Congreso y en el Senado ya se puede hablar libremente cualquiera de las cuatro lenguas cooficiales españolas y nadie se ha llevado las manos a la cabeza y la lengua catalana goza de buena salud por lo menos al mismo nivel que en Gran Bretaña donde el mayoritario inglés convive con el escocés, galés y gaélico, con parecidas particularidades a lo que ocurre en España con el castellano, el gallego, el catalán y el euskera. No ha sido un camino trillado pero nadie se sorprende ni protesta por ello salvo la casta política que juega a pegarse ante el desinterés de la mayoría de los ciudadanos.
Puigdemont, en su afán por seguir en la pomada, está reclamando a Pedro Sánchez que le vuelva a mentir una vez más, que le prometa algo imposible para ganar esos minutos o días de gloria que le permitan vender algo a sus militantes, lo mismo que ha hecho oriol Junqueras durante los cuatro últimos años: ahora una mesa de negociación para discutir el posible referéndum independentista, luego un apoyo para lograr que el catalán fuera aceptado en el Parlamento Europeo, y ahora el traspaso de la hacienda catalana.
Se pensaba que la militancia republicana catalana iba a echar a Junqueras después de que casi todos su pactos con Sánchez hubiera acabado en casi nada y que eso le hiciera perder las últimas elecciones autonómicas, pero no ha sido así y el líder sigue al frente de la formación lo que indica que los independentistas se conforman con eso.
A Puigdemont le ocurre otro tanto, se ha dado cuenta de que nadie le va a echar en cara que siga “exilado” y viviendo en Waterloo a costa de todos los españoles, incluidos los catalanes, y que su mujer mantenga su jugoso contrato con la Diputación de Barcelona. Al fin y al cabo hay que vivir de la política el mayor tiempo posible porque fuera de ella hace mucho frío y mucho paro.