Después de un año en el que la economía mundial superó las expectativas, la mayoría de los economistas han trasladado estas mejoras a una perspectiva razonablemente para 2025.
Como siempre las previsiones de consenso para el año que viene son básicamente una extrapolación de los últimos meses. Todo el mundo espera ahora un aterrizaje suave y con la inflación volviendo a los objetivos de los bancos centrales, estos tendrán la oportunidad de reducir aún más los tipos de interés.
En resumen, se espera que 2025 sea como este año, con Estados Unidos como economía destacada y un crecimiento insignificante en el resto del mundo. Laz preocupación sobre este consenso es que todo el mundo está haciendo suposiciones sobre la nueva administración Trump y la mayoría incorpora sus proclamas como un riesgo a la baja sobre un escenario de base que asume que no hará ninguna de las cosas que ha propuesto. Si resultase su versión más radical el entorno podría volverse mucho más difícil, pero si por el contrario el consenso está en lo cierto al suponer un Trump 2.0 pragmático es muy probable que se esté siendo demasiado pesimista sobre las perspectivas fuera de Estados Unidos.
A pesar de los problemas estructurales a los que se enfrentan Europa y China, las perspectivas políticas y de ciclo no apuntan a peor, sino a mejor. Una sorpresa en el crecimiento mundial aliviaría en parte la presión alcista sobre el dólar e incrementaría el atractivo de los activos de riesgo.
Un viejo adagio entre los analistas señala que las previsiones elaboradas al cierre de un año son las que antes se quedan obsoletas. Es suficiente con esperar a las primeras semanas del año.
Lo cierto es que en esta ocasión hay una posibilidad muy real de que se cumpla partir del 20 de enero. La peor forma en que sus políticas podrían sorprender es la posibilidad de que provoquen nuevos shocks de oferta y esto sería un problema para los mercados financieros. Dificultaría que la Reserva Federal y otros bancos centrales sigan recortando los tipos de interés, lo que significa que podríamos quedarnos atrapados con una política monetaría restrictiva durante mucho más tiempo del que nadie espera. Los shocks de oferta siempre son negativos para los mercados porque como vimos en 2022 perjudican simultáneamente a los bonos y a las acciones.
Pero también hay que contemplar el potencial de sorpresas al alza. Si su radicalismo se mantiene bajo control hay una probabilidad razonable de que el consenso esté subestimando la fortaleza de la recuperación fuera de Estados Unidos y esto cree un escenario favorable para los activos de riesgo y reste mucha presión alcista al dólar.
De hecho los entornos para el dólar débil son más favorables para el crecimiento y Trump tiene una marcada preferencia por un tipo de cambio más débil. Así que un crecimiento global más fuerte es la forma más sencilla a través de la cual puede conseguir debilitar al dólar.
Lo paradójico del consenso es que al quedarse en el medio de todo arriesga con no acertar en nada. Si tenemos una política pragmática, como mayoritariamente se espera, el resultado será mejor de lo que se descuenta. Y si tenemos la versión más radical, entonces 2025 será un año muy diferente a lo que se pronostica.
Sin acertar a pronosticar sobre uno u otro escenario lo que parece más cierto que ningún otro año es que todo apunta en esta ocasión a que se cumpla el adagio y las previsiones caduquen a las pocas semanas de haber empezado el año.