Recuerdo una huelga de bolígrafos y cámaras caídas en el Congreso de los Diputados hace décadas, cuando todos – ellos y nosotros – creíamos que merecía la pena el trabajo que nos reunía allí. Los fotógrafos y plumillas les hicimos ver con nuestra acción de protesta que el cuarto poder aún estaba vivo. Nunca nos consideramos más importantes de lo que éramos, pero sabíamos que representábamos y defendíamos el derecho de la sociedad a estar informada.
Hoy casi nadie tiene garantizada en nuestra sociedad una fuente informativa fiable porque el gobierno silencia lo que no le interesa que se conozca y su canal de comunicación solo está abierto a los medios que aceptan la versión oficial de un ejecutivo cuyo Presidente no da ruedas de prensa con opción a preguntas sino declaraciones preñadas de ideología y desnudas de contenido. El coito entre el poder político y la prensa ha dejado de ser un acto clandestino para convertirse en una exhibición impudorosa entre los que mandan y los que deberían controlarlos.
La opinión que debe ser libre y plural, se ha convertido en el instrumento que mata la objetividad de los hechos, porque hoy un comentario subjetivo tiene más valor que un dato contrastado y, a este contradios, colabora gente minúscula, tipos y tipas de menor cuantía, mamporreros del poder y sicarios del mamoneo. Es más grave la complicidad de la prensa con los que no creen en la democracia que las golferías de los políticos que han circuncidado su compromiso con la libertad y el bien común de los ciudadanos.
La prensa libre es el último refugio de las sociedades que quieren seguir siéndolo. La división de poderes (ejecutivo, el legislativo, el judicial y los medios de comunicación) es un desiderátum del pasado. Hoy se acepta, con tímidas protestas, que nuestros gobernantes peleen contra los jueces, desprecien al parlamento, tengan como socios a delincuentes y exijan impunidad para sus excesos
Vivimos unos tiempos en los que el concepto “prostitución” se puede aplicar indistintamente a ciertos periodistas y a las señoras putas.
De los políticos hablaré otro día.