La iniciativa del presidente del Gobierno y Secretario general del PSOE de resucitar la memoria del franquismo, en lugar de la memoria democrática que comenzó a instalarse apenas 48 horas más tarde, ya ha colocado al hijo del principal responsable del regreso de la Democracia en tiempo récord, en una delicada situación institucional. Si Felipe VI acude el próximo día ocho al primero de esos actos, estará apoyando la iniciativa de la izquierda; si no va se presentará su figura en sentido contrario. Una crisis entre el papel de la Mnarquía y de la presidencia del Gobierno, que no debería haberse puesto en marcha de la forma en la que se ha hecho.
El 20 de noviembre de 1975 no regresó la democracia a España. Ese día murió oficialmente Francisco Franco y dos días más tarde el Rey Juan Carlos juraba los Principios Fundamentales del Movimiento ante el Pleno de las Cortes presidido por Rodríguez de Valcarcel. Era el último intento de mantener vivo el franquismo tras la muerte de su creador. El presidente del Gobierno era el mismo, Carlos Arias Navarro. Cincuenta años más tarde el gran cambio político que se produjo aquel 22 de noviembre estuvo en la Jefatura del Estado. Se pasó de un general convertido en Dictador a un Monarca que, en apenas 19 meses consiguió que se celebrasen las primeras elecciones democráticas en toda España desde 1936, las terceras que se realizaron durante la II República.
La Democracia no venció a la Dictadura en aquel año y mucho menos la Democracia que defendían los partidos ilegales de la izquierda y menos aún el entonces dividido socialismo que, desde el PSOE del exilio al PSP, pasando por el restos de formaciones que reivindicaban la historia republicana del partido fundado por Pablo Iglesias, incluido el apéndice sindicalista de la UGT, terminaría reagrupándose en el hoy Partido Socialista Obrero Español. La hegemonía en la lucha contra el franquismo desde 1939 a 1975 la tuvo el Partido Comunista. Esa es la historia real, los cambio en la misma y las interpretaciones de lo que ocurrió a partir del 20 de noviembre son productos del partidismo más ramplón y falso.
Dedicar todo un año a la memoria de Francisco Franco, cincuenta años después de su muerte, con cien actos en defensa de la democracia, es un despropósito político y una mentira histórica. Si hay que festejar un aniversario de algún acto ocurrido en 1975 no debería ser el de la muerte del que durante treinta y cinco años ocupó todo el poder en España, tras tres años de guerra civil y cientos de miles de muertos y represión política y social contra todo aquel que se oponía a su régimen.
El problema de los aniversarios es que muchas veces las situaciones han cambiado. Si Juan Carlos I estuviera en España, no hubiera tenido que irse a vivir a los Emiratos Árabes, no hubiera tenido un número indeterminado de relaciones personales con mujeres famosas y no hubiera recibido de forma directa indirecta un sin fín de comisiones económicas, los cincuenta años no serían los de Franco, serían los del Rey.
El 20 de noviembre la familia Franco y todos aquellos que tienen en su memoria la figura del Generalísimo podrán recordar lo que hizo; los demócratas tendrían que centrarse en lo que ocurrió 48 horas más tarde, cuando ante las mismas Cortes que habían apoyado al franquismo dieron, de la mano de Rodríguez Valcárcel, primero, y de Fernando Suárez, después, los primeros e importantes pasos para pasar de una dictadura a una democracia sin que el sistema en su conjunto se rompiera. Regresaron los exiliados del PCE, se celebraron elecciones al cabo de diecinueve meses y la primera presidenta del Congreso, mientras se votaba en el Hemiciclo, fue Dolores Ibarruri, la mujer que representaba, junto a Santiago Carrillo, la necesidad de una auténtica reconciliación nacional.
¿En esos cien actos que va a organizar el Gobierno por toda España y que se quiere que abra el actual Monarca el próximo día ocho de enero se va a dar a su padre el mérito y reconocimiento que debe tener como mpieza esencial del regreso de la democracia a nuestro país?. Parece que se dejará en el olvido la aportación política y se soslayará por las acusaciones de corrupción desde la propia jefatura del Estado. Otro ejemplo de oportunismo político, sujeto a las circunstancias de hoy y no a la verdad histórica de lo ocurrido hace cincuenta años. Si se quiere mostrar a las nuevas generaciones lo que representó el levantamiento militar de 1936, la posterior guerra civil, los años de Dictadura y lo que representó la Consitución de 1978, el camino no es el de la apropiación de esa historia por parte de una parte de los herederos de una parte de sus protagonistas.