La realidad se impone a los deseos. Netanyahu tiene una orden de arresto internacional emitida por la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra y de lesa humanidad. Se emitió hace tres meses, sin consecuencias. Acabamos de ver al primer ministro israelí sonreir junto a Donald Trump en la Casa Blanca mientras el presidente norteamericano respondía a las siete preguntas que cualquier periodista debe hacerse para que una información se considere válida y comleta, además de verídica.
Siete preguntas que nadie hasta ahora se ha hecho y menos aún han encontrado respuesta. Son fáciles de hacer y difíciles de asumir. Menos aún por unos países y unos dirigentes que tienen fácil el hablar pero que son incapaces de construir una alternativa real, práctica, inmediata y viable en el futuro a la aparente “salvajada” étnica lanzada por el inquilino de la Casa Blanca. Puede que no se lleve a cabo, que sea otra exageración de Trump, pero hasta ahora sus órdenes ejecutivas y sus amenazas (apoyadas de forma decisiva por el quinteto tecnológico de mil millonarios que encabeza Elon Musk) están causando efectos imediatos. Por ejemplo, la presidenta de la Comisión Europea se ha dado cuenta de que se puede reducir el gasto de la misma en 37.500 millones de euros, que supongo irán destinados a aumentar la fabricación de material militar para la llamada defensa europea dentro de la OTAN. No se llegará al 5% del PIB de cada país como pide Trump, pero no se quedará por debajo del 2% que, por ejemplo, no tiene España.
Las siete preguntas son: qué, quién, cómo, cuándo, dónde, por qué y para qué. Sencillas en su enunciado, al alcance de cualquier ciudadano y que se pueden y deben aplicar a la solución que se ponga en marcha para dar a los palestinos que allí habitaban una reparación por su sufrimiento, y a ser posible para gantizarles un futuro sin violencia. Donald Trump y su imagen de paraiso turístico responde a un concepto empresarial y no político, su plan y sus formas de llevarlo a cabo son los de un experto en negociar entre empresas y tener un pasado inmobilario y constructor. Desde ese punto de partida hay que entender todo lo que está diciendo y acuerda dede que juró su cargo.
¿Qué hay que hacer en Gaza?. Tirar todo y levantar todo de nuevo. Millones de toneladas de escombros de cemento e hierro, con el añadido de las bombas sin explotar y los posibles depósitos que queden en el subsuelo. Solo para esa operación se necesita libertad de movimientos para las máquinas, los nuevos materiales y los trabajadores que se encargan de construir unas nuevas viviendas, con todo lo que conlleva en la cadena de suministros. Miles de millones de euros de inversión, de la que nadie habla y que no puede dejarse a que la ONU lo estudie y lo ponga en marcha vistos los sucesivos y graves fracasos en su gestión. ¿Lo van a hacer los ricos países árabes?, ¿lo va a hacer la Europa de los 27 estados, ¿ e va a dejar que lo haga la otra gran potencia que es China?.
El resto de preguntas es aún más fácil de contestar. Dolorosas, tal vez injustas para el pueblo palestino, al que siempre se le ha abandonado de verdad, no de palabra. Gaza, al igual que el resto de lo que era Palestina, es un problema sin resolver, que necesita de otros puntos de vista que superen las diferencias religiosas, económicas, politicas y sociales, de la dos comunidades que lo habitan.