El vicepresidente yanqui, JD Vance con el secretario de Exteriores británico, David Lammy, en la Conferencia de Seguridad de Munich.
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El vicepresidente yanqui, JD Vance con el secretario de Exteriores británico, David Lammy, en la Conferencia de Seguridad de Munich.

Los líderes europeos se preparan para engañar otra vez a sus ciudadanos

miércoles 19 de febrero de 2025, 09:08h

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Ya aceptan que se busque la paz en Ucrania, algo que negaban hasta hace apenas más semanas, pero lo que buscan los líderes europeos con su posición frente al movimiento de Donald Trump de llamar a Vladimir Putin para negociar el fin de las muertes, sentados los negociadores en la “neutral” Arabia Saudí, es engañar de nuevo a los ciudadanos de sus respectivos países. Aceptan que la Ucrania de 2022 no será la de 2025 y que Rusia no se marchará del Donbas, ni de Crimea, pero insisten en el peligro que para la democrática Europa de los 27 países, más la tránsfuga Gran Bretaña , representa la Federación rusa. Quieren aumentar el gasta en defensa, quieren producir más armas, pero no dicen que será a costa de las inversiones en sanidad, en educación, en pensiones, en seguro de desempleo. Adiós a las medidas sociales, bien venido el renacido espíritu belicista en unos países que, como Alemania, Francia y Gran Bretaña están inmersos en unas crisis políticas y económicas de difícil solución.

Nuestros líderes, incluidos por supuesto tanto Pedro Sánchez como Alberto Núñez Feijóo, acaban de descubrir que Europa no tiene un ejército propio que la defienda de ataques exteriores, sin señalar de qué tipo serían esos ataques y quienes serían sus autores. Hablan con la vista puesta en lo que ocurrió con la Alemania de Hitler y la última Gran Guerra, con la inicial posición del gobierno británico y la inicial colaboración con el “enemigo” de los gobiernos de Francia, España e Italia. Flaca memoria y gran capacidad para intentar sustentar su posición guerrera con nuevas mentiras. El mundo de 2025 no se parece en nada al de 1940, la tecnología lo está cambiando todo a una velocidad inimaginable apenas hace dos décadas.

Donald Trump y su inseparable Elon Musk, con todo el poder de las grandes compañías tecnológicas norteamericanas detrás, pueden caer mal o muy mal, se puede estar de acuerdo o en desacuerdo con sus métodos y su forma de actuar a nivel internacional, pero habrá que reconocerles que están haciendo lo que dijeron que iban a hacer en la campaña electoral. No han engañado y menos a una Europa empeñada en culpar a Estados Unidos de su propia falta de de liderazgo y de los males que se derivan de unas desastrosas políticas económicas, que no han tenido en cuenta que la globalización hace que cualquier medida tomada en un sector influye de forma inmediata en el resto.

El presidente estadounidense piensa en su país, en su economía, en su posición de liderazgo mundial y en el futuro al que deberá enfrentarse en Asia, en el Pacífico, el territorio de su mayor adversario tecnológico, que es lo mismo que decir su mayor peligro para mantenerse como eje central d3l siglo XXI. Tiene la capacidad para hacerlo o al menos para intentarlo con todas las consecuencias. Algo que no puede hacerlo la deshilachada Europa de los 27 países, cada uno con intereses contrapuestos. Italia no seguirá a Francia, ni Polonia a Alemania y mucho menos Hungria.

A Rusia, como país y potencia mundial, la engañaron tras la caída del Muro de Berlín. Putin, en 2014 - no en 2022 - dijo basta a las sucesivas ampliaciones de la OTAN y la presencia de laboratorios biológicos de quinta generación en sus fronteras. Estaba en juego una parte de su propia supervivencia y actuó volviendo a “conquistar” Crimea, primero, y el Donbas ucraniano más tarde. No es un demócrata, pero no es ningún recien llegado al poder. Conoce las carencias de su país, también su fortaleza atómica y desde el minuto uno de la guerra civil - habrá que llamar así al conflicto en Ucrania- puso todo el poder de Rusia en asegurar la comunicación terrestre entre el territorio rudo y la península de Crimea. También la salida de su flota al Mar Negro y desde allí al Mediterráneo.

Si de verdad el oportunista Macron y los asustados Starmer, Schlotz y Sánchez quieren apostar por la producción de armas y el aumento de sus Presuuestos para la Defensa y, en definitiva, para la guerra, hasta con el envío de soldados de sus países a territorio ucraniano, deberían preguntar antes a sus propios ciudadanos. No estaba nada de eso en sus programas electorales. Es una estafa poco democrática, un engaño civil y social, una forma de usurpar el poder que sale de las urnas por el poder de una minoría que se arroga el sentir de trescientos millones de personas.

Puede que, al final de este espectáculo tan lamentable al que estamos asistiendo en la última semana, lo que aparezca sea el brutal dinero, el deseo de sentarse en la misma mesa en la que, para empezar, se van a sentar los dos grandes protagonistas. Quieren un puesto en el reparto de las urgentes y necesarias reconstrucciones de un país que sigue arrasado por las bombas y sus miles de muertos.

Ucrania no pertenece a la Unión Europa, ni a la OTAN, ni su presidente ha sido capaz de celebrar hace un año las obligadas elecciones generales bajo el am paro de que la guerra las impedía. Volodomir Zelensky no puede ser el ministro de la guerra europeo. Como presidente tiene todo el derecho a estar en el centro del futuro de su país, siempre que acepte la necesidad de las urnas lo antes posible. El mismo ha reconocido que no sabe dónde han ido a parar cien mil millones de euros que debían haber llegado a Ucrania y que se perdieron por el camino.

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