A los países europeos la nueva matanza israelí les ha pillado a contrapié, tratando a toda prisa de participar de alguna manera –empezando por la compra de armamento- en la guerra de Ucrania que alentaron, desde el lado occidental, tanto el presidente norteamericano Joe Biden, como los sucesivos gobiernos británicos, seguidos con la venda en los ojos casi todos los demás gobernantes europeos, entre ellos Pedro Sánchez, temeroso de perder el apoyo yanqui.
El pueblo palestino se enfrenta a su genocidio sin una sola ayuda real, más que las palabras, un tanto hipócritas, de los mandatarios occidentales a los que se les calienta la boca hablando de defensa de los derechos humanos, democracia y libertad, etiquetas que solo pueden exigir, por lo visto, aquellos pueblos que acepten el capitalismo más agresivo de las multinacionales y fondos buitre occidentales.
Netanyahu, apoyado tanto por Biden como ahora por Trump –en el apoyo a Israel no hay diferencias- ha explicitado su objetivo de lograr lo que Estados Unidos consiguieron hacer con los japoneses: el palo (las bombas atómicas de Nagasaki e Hiroshima) y la zanahoria (hasta convertirles en sus amigos a la fuerza). La zanahoria de Trump también ha quedado clara, convertir Gaza en un paraíso vacacional para los ricos. Será cómico sino fuera tan trágico.
Europa se está jugando no solo su prestigio sino también su libertad apoyando a Estados Unidos, primero en Afganistán e Irak y ahora en Palestina y Siria, permitiendo matanzas cometidas en nombre de la civilización y de los derechos humanos. El primer derecho humano es a la vida misma y eso no lo tienen los palestinos.