Esquizofrenia monetaria

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Es muy probable que la corona danesa esté abocada a desaparecer e ingresar en el club del euro si quiere librarse de un violento ajuste. En el lado opuesto, el precedente de un potencial abandono griego de la moneda única podría ser también el principio del fin de la eurozona.

Aparentemente pocos trastornos puede causar Dinamarca a quien lea esto, al contrario que Grecia. Al menos si atendemos a la enorme atención que analistas, economistas e incluso filósofos y literatos dedican estos días a la península helena. Sin embargo, el asunto danés se ha colado, aun de perfil, y ha merecido algún espacio en los medios. En contra de lo que pueda parecer, no son asuntos tan distantes.

Hubo un tiempo en el que los especuladores olfateaban a sus víctimas entre los países con divisas débiles o con gobiernos inestables que tenían una capacidad muy limitada para defender sus monedas. Casi siempre ganaron los especuladores, incluso al poderoso Reino Unido (y si no, que le pregunten al ahora filántropo George Soros).

Dinamarca ve cuestionada su estabilidad y trata de frenar la fuerte entrada de capitales que presiona al alza a su divisa
Hoy el problema es otro. En Dinamarca están asustados y con razón. Un país, cuya deuda pública no llega al 50% de su PIB y con un crecimiento muy moderado (0,8% en 2014), ha decidido suspender todas sus emisiones de deuda pública y ha tenido que bajar con urgencia sus tipos oficiales en cuatro ocasiones, hasta situarlos en el 0,75% negativo. Dinamarca ve cuestionada su estabilidad y trata de frenar la fuerte entrada de capitales que presiona al alza su divisa y que amenaza con tumbar un vínculo de tipo de cambio cuasi fijo durante décadas, en su día frente al marco alemán y ahora con respecto al euro.

¿Por qué una economía tan equilibrada y que apenas crece se ve tan amenazada? La respuesta está en el precedente de Suiza. Allí, el banco central se vio superado por las entradas de capital y tuvo que romper su compromiso de mantener, durante tres años, su tipo de cambio fijo en 1,20 frente al euro. El resultado fue quiebras de algunos brokers de divisa, problemas en Hungría y Polonia -donde muchas deudas hipotecarias se habían contraído en francos suizos- y, sobre todo, daños en la economía suiza, que vio como de pronto sus ciudadanos perdían un 30% del valor de sus inversiones en el exterior y su industria de exportación sufría un fuerte encarecimiento.

Con el antecedente suizo y en un mundo sobrado de liquidez, donde obtener algo de rentabilidad nominal para el ahorro exige asumir riesgo, ¿quién se resiste a la apuesta casi segura de invertir en coronas danesas con un posible premio cambiario similar al que recibieron los inversores en valores suizos? Muy poco que perder y mucho por ganar. Dice el banco central de Dinamarca que tiene munición infinita, pues puede imprimir cuantas coronas desee. También podía hacerlo Suiza y, sin embargo, hubo de rendirse y levantar el control. Mal precedente para Dinamarca, que tiene como último recurso adoptar el euro, algo a lo que se han opuesto sus ciudadanos cada vez que han sido preguntados en referéndum. ¿Qué puede perder un especulador? Muy poco, y su beneficio puede ser muy alto.

Difícil salida para Grecia
Volvamos al caso griego. No tiene fácil salida. Apenas hay espacio para mejorar sus condiciones de financiación. Las que fueron pactadas en sucesivos paquetes de rescate hacen que su actual carga por intereses sea incluso menor en relación al PIB de la que soportan países como Portugal o Irlanda y similar a la de España.

En el encuentro que estas semanas se está desarrollando entre los nuevos dirigentes griegos y el resto de la Europa del euro, los primeros tienen menos que perder que los segundos
¿Cómo resolver el problema de una clase política que, una vez más, promete lo que la aritmética dibuja inalcanzable? ¿En base a qué criterio de solidaridad unos países han de soportar ajustes que otros deciden no hacer? Si por un accidente, Grecia abandonase el euro, el caso de contagio de Suiza a Dinamarca sería, además de un ejemplo, una broma al lado de las apuestas que se harían sobre otros posibles abandonos. Como es muy probable que ocurra con la corona danesa, abocada a desaparecer si quiere librarse de un violento ajuste, el precedente de un abandono griego del euro podría ser también el principio del fin de la moneda única, que se vería seriamente amenazada para, quién sabe si después de ser destruida, ser reinventada.

Esto es lo que la lógica dicta, de modo que en el encuentro que estas semanas se está desarrollando entre los nuevos dirigentes griegos y el resto de la Europa del euro, los primeros tienen menos que perder que los segundos, y de poco vale que la trazón del juicio moral esté más cerca de una parte que de la otra. Como nos enseña el caso danés, cuando las reglas de la confianza se rompen, no hay lugar para esconderse.
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