... mezclar a falangistas con socialdemócratas, a liberales con democristianos, y ganar las primeras elecciones democráticas.
En Ciudadanos conviven tantas familias ideológicas como convivían en UCD. Si logran llegar al poder administrarán la mezcla, si persisten en la oposición se irán repartiendo en otras formaciones. Por eso, Albert Rivera quiere ser Suárez y expulsar del centro derecha a Mariano Rajoy y al Partido Popular. Quiere dar la vuelta a la historia, conseguir que se revierta lo que sucedió al suicidarse los centristas en su Congreso de Palma de Mallorca y que aquellos que se marcharon a la Alianza Popular de Fraga y sus hijos regresen al hogar desde un PP roto, descabezado y convertido en el paradigma de todos los males de España.
Rivera ha firmado su acuerdo con Pedro Sánchez como primer gran acto de la campaña electoral a la que estamos condenados. Se ha colocado en el centro del escenario político para empujar a los populares hacia la derecha más dura o hacia la emigración. Quiere el aparato del PP que no tiene, sus ramificaciones en toda España que no tiene. Y está muy bien acompañado en el intento.
Su compañero de firma quiere imitar - con escenario y vestuario nuevos - a Felipe González, con el papel de Alfonso Guerra interpretado por dos de sus fieles, dependiendo de la escena que se vaya a representa: unas veces la cara es la de Cesar Luena y otras la de Antonio Hernando, un claro caso de bifrontismo partidario. Secretario de Organización y portavoz parlamentario son Jano, el dios al que cada día se encomienda Sánchez para enfrentarse a sus inevitables idus de marzo.
Rivera y Sánchez saben que sin abstención del PP o de Podemos sacar adelante la investidura es imposible. Quieren convencer a los ciudadanos que los culpables de que tengamos que estar otros dos meses con gobierno en funciones - gobierno al fin y al cabo - es de los otros dos, que ellos han hecho todo lo posible y que hasta han renunciado a parte de sus respectivos programas electorales.
Felipe González dejó la secretaria general para que su partido abandonara el marxismo, pero Guerra hizo de ángel custodio del poder interno en el PSOE. Ahora Pedro Sánchez quiere que las bases convocadas a una votación sin contenido le salven frente a los díscolos barones territoriales.
En esos dos procesos de imitación están las claves de esta tragicomedia del moderno Calixto y la moderna Melibea. Desde el PSOE se busca que Podemos retroceda a los tiempos del PCE de Santiago Carrillo o la Izquierda Unida de Julio Anguita; y desde Ciudadanos se pretende que en el PP estalle la revuelta, se desintegre el partido, que los moderados le busquen, y que los más duros se conviertan en la formación de ultraderecha que unos cuantos se afanan en crear.
Ni el uno, ni el tres de marzo va a elegirse un presidente de gobierno. Hasta finales de junio vamos a vivir una larga campaña electoral mezclada con continuas referencias a pactos de gobierno. Puede que hasta asistamos a un cambio de parejas si se producen cambios de liderazgos en las formaciones. Si se pone José Luis Garci al frente podemos presentarnos al Oscar de la política con " Volver a empezar". Entre el teatro del siglo XV y el cine del siglo XX, en la España del XXI se trata de repartir los papeles protagonistas.